martes, julio 03, 2007

Andrew Miller


P. En Los optimistas aborda la huella que deja en un fotógrafo el horror de Ruanda. ¿Desempeñan los medios un papel útil en la cobertura de estos conflictos? ¿Nos estamos insensibilizando?
R. El periodista serio desempeña una labor vital en el modo en que presencia e informa de desastres como el genocidio de Ruanda y las actuales masacres en Darfur. Sin los medios quedamos en manos de los gobiernos, lo cual equivale a decir que tenemos mayores o menores grados de censura. La cobertura periodística de Vietnam sin duda contribuyó a poner fin a esa guerra. Creo que también ejerció una poderosa influencia en provocar una intervención en Kosovo. La cuestión de si la información -y, más concretamente, la fotografía- nos está insensibilizando es complicada. La respuesta sencilla es que sí. ¿Pero qué alternativas tenemos? ¿Dejar de mostrar esas imágenes hasta que hayamos recuperado nuestra sensibilidad hacia ellas? ¿Cuánto tiempo nos llevaría?
P. Este año se suicidó Kevin Carter, premio Pulitzer por la foto de un buitre que acecha a un niño africano. ¿Debe haber un límite en el trabajo periodístico?
R. La relación entre los medios de comunicación y los desastres de los que informan no es ni mucho menos fácil. ¿Cuál es, por ejemplo, el papel de la estética en las fotografías de muertos o moribundos? La famosa imagen de Carter ganó un Pullitzer, en parte porque era una "buena" fotografía con un encuadre inteligente y demás. Carter era un fotógrafo ambicioso; hay que serlo para hacer lo que él hizo y correr los riesgos que él corrió en su carrera. Pero el éxito de la imagen creó un dilema moral, que debió de ser un factor importante en su posterior suicidio. En Los optimistas, Clem Glass, un fotoperiodista experimentado, sufre una crisis similar, aunque en su caso, es como si su trabajo y su cámara le hubiesen llevado a un acto de orgullo desmedido. Cree que, oculto detrás de sus lentes, puede contemplar cualquier cosa con impunidad. Resulta que no es así. Algunas cosas, como la cabeza del Gorgon, no puedes encontrártelas sin correr peligro. El mundo clásico lo entendía. Puede que nosotros, los modernos, con una mezcla de coraje y locura y cierto desparpajo, hayamos perdido tanto el arte de mirar como el de apartar la mirada.

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