jueves, noviembre 22, 2007

Amor libre


publicidad de la Generalitat de Catalunya

"tu puedes hacer el amor libre
libre de violencia
libre de sumisión
libre de celos
libre de discusiones
libre de machismo"

miércoles, noviembre 21, 2007

Juan Román, autentico

Román, un chico de barrio
Por Alejandra Ruffo
No mira a los ojos cuando habla. En ningún momento. Juan Román Riquelme cuenta anécdotas, se entusiasma, se enoja, pero no levanta la mirada. Y se ríe poco, casi nada. Sólo cuando se siente entre los suyos las sonrisas empiezan a surgir, y se ve al chico de potrero que nunca dejó de ser.
Pasar una tarde en la casa de Román fue simplemente una cadena de casualidades. Un amigo de su infancia que se crió con él en la villa, mientras hace trabajos de albañilería, comenta que lo conoce y propone el encuentro. La desconfianza, las dudas, pero finalmente la decisión de creer en esa historia y aceptar la invitación de visitar la casa de Riquelme.
La casa es en Don Torcuato, en un barrio privado separado sólo por una vía de la villa, el lugar donde el jugador de la Selección aprendió a conocer a la pelota. Nunca quiso irse de ese barrio, por eso con sólo asomarse a una ventana puede ver lo que fue su mundo cuando nadie sabía quién era.
En el camino a Don Torcuato, su amigo me cuenta anécdotas, me habla de la infancia de Román, de la vida en la villa. Yo en realidad estoy muy nerviosa, todavía sin saber si en realidad voy a la casa de Riquelme o dónde puedo llegar a terminar... Hasta que llegamos al barrio y nos recibe la madre de mi acompañante, el verdadero contacto, que lo conoce a Román desde que era un chico. Nos pide que la sigamos y nos lleva a la casa del ídolo: el corazón late fuerte, la historia era verdad. “Román está durmiendo la siesta, tenemos que venir en un rato”, se disculpa la mujer y me invita a esperar en su casilla. Asustada por prejuicios tontos, acepto la invitación y espero.
Entre chicos que corren detrás de una pelota vieja, caminamos por los pasillos angostos hasta llegar a la casa. La anfitriona nos ofrece sentarnos en un patio muy chico y comienza con su labor de todas las tardes: cocinar panes a carbón sobre chapas. Los vecinos van llegando y esperan por ese pan que será su merienda, mientras los perros olfatean el piso buscando alguna miga. El sol va cayendo, el olor a pan caliente nos abre el apetito y la ansiedad es cada vez mayor. Cuando ya me empiezo a preguntar si realmente todo eso se irá a concretar, suena un teléfono y escucho lo que esperaba: “Román dijo que podemos ir”.
De nuevo cruzar la vía, de nuevo en la puerta del barrio y, esta vez, el portón abierto. La primera casa a la vista, con un leve tono amarillo, muy amplia y de dos pisos, es el lugar que tanto esperé conocer. En una entrada lateral, vestido de jeans y zapatillas, Juan Román Riquelme nos abre la puerta y nos saluda, con algo de timidez. No me mira, ni a mí, ni a quienes me acompañan. Ni lo va a hacer en el resto del encuentro. Atravesamos el parque, costeamos una piscina y pasamos a un quincho, donde hay un amigo que parece el verdadero anfitrión: es quien trae las sillas, quien ceba mate, quien nos saca fotos y quien rompe el hielo. La tarde en la casilla se calienta aún más por los nervios, pero el clima se va atenuando con el pasar de los minutos.
Sentados a una mesa larga, entre mate y mate, Román se empieza a soltar: habla de la Selección, de Boca, de fútbol. Habla, pero también patea una pelota: realmente, la tiene atada a los pies. También menciona a sus enemigos más temidos: los periodistas. Todo el tiempo mira el televisor y hace un comentario de cada personaje que aparece, repite cosas que escucha y, sobre todo, las críticas de los periodistas deportivos. Está informado, las conoce con puntos y comas. Sabe lo que dicen de él y le molesta. No sabe, porque no me animo a decirle, que está hablando con una futura periodista.
Después de más de una hora de charla empiezan a llegar más visitas, son “los amigos del barrio”, que entran y salen del ambiente como si estuvieran en su casa. Sus caras le cambian la expresión a Román, que ahora se divierte y bromea, dice que no le importan ni la fama ni la noche, que lo que más disfruta es comer un asado con ellos. También llega su hermano Cristian y se desinhibe del todo: “Este es el secuestrado”, dice riendo. La humildad se respira. En ningún momento de las horas que dura la visita demuestra incomodidad por la intromisión. Evidentemente, las puertas de su casa están abiertas.
Entre los suyos, Román es otra persona. El personaje preocupado por las críticas queda atrás y aparece la esencia: un chico de barrio, de 29 años, que lo que más quiere es jugar a la pelota, sin flashes y sin periodistas; en el potrero y con sus amigos.

sábado, noviembre 10, 2007

Doris


Dice usted en uno de sus libros de memorias que la televisión interrumpió la conversación, rompió la alegría, o al menos la convivencia familiar... -
No dije que fuera alegre precisamente esa convivencia, pero desde luego la vida familiar era distinta antes de que llegara la televisión. Yo vi llegar la televisión a una casa donde solía escucharse la radio, donde la gente solía sentarse todas las noches, a hablar, a comer, y a comer muy bien, por cierto... Estoy hablando de una cultura distinta a la que vino luego; la televisión interrumpió esa cultura. Fue el final de la conversación, de la jovialidad de la convivencia, terminó aquello de sentarnos a comer y a cantar todos juntos... Aunque es cierto que muchas de las canciones que cantábamos eran muy aburridas, sí es verdad que también se acabó aquello de cantar en familia, alrededor de un piano... Todo el mundo alrededor de una mesa, un perro ladrando en una esquina, una comida maravillosa (¡porque no todos los ingleses son malos cocineros!)... Todo eso se fue cuando llegó la televisión, y yo tengo el recuerdo del día en que eso ocurrió.
-¿Y en qué cultura estamos ahora? -
Estamos en el final de la vida familiar tal como la conocíamos. Como sabe, muchas mujeres trabajan, cuando llegan a casa están agotadas, traen a casa comida preparada, cosa que es nueva en Inglaterra; no se lee a los niños porque estamos demasiado cansados... Todo esto es nuevo.