La Quebrada de Humahuaca es inaprensible para el ojo del visitante. Un pueblo como Huamahuaca lo es, así fijado en el tiempo y el espacio, una perfecta postal de tonos ocres. Uno puede ir y volver a la Quebrada, admirar una y otra vez tanta belleza distinguible de lo conocido, pero nunca alcanzará a capturarla del todo. Los ojos del que llega siempre serán extranjeros, extrañados; tanto más si son los de esos visitantes que pretenden no serlo, en ese gesto siempre patético del disfrazado. El oído del visitante, en cambio, es capaz de captar algo de todo ese paisaje inaprensible; puede guardarlo en la memoria como una presencia cierta, verdadera. La música tiene esa virtud poderosa: la de tender puentes, y hasta hacer desaparecer distancias. Ricardo Vilca fue uno de los que ofrecieron, desde la Quebrada, algunos de esos puentes posibles. Refinada y típica a la vez, sabia, podría decirse, jamás domesticada, su música fue para muchos una forma de descubrir, conocer y admirar el paisaje quebradeño. Ricardo Vilca falleció ayer a los 54 años, tras sufrir una neumonía que derivó en complicaciones hepáticas. Su música seguirá contando y cantando a la Quebrada más allá de las fronteras regionales, aun cuando el mismo autor no quiso, no supo o no pudo dejar Humahuaca para encarar lo que hoy se conoce como carrera artística.
Entre los puentes que tendió Ricardo Vilca están los que llegaron a los más jóvenes junto a la música de Divididos o de León Gieco. Los primeros incorporaron, no bien lo descubrieron, su tema “Guanuqueando” (que Vilca había compuesto en honor a su amigo, el instrumentista Carlos Guanuco), invitándolo a tocar con ellos en varias ocasiones. Gieco le puso letra a su “Plegaria de sikus y campanas”, con un nuevo nombre, “Rey mago de las nubes”. En Humahuaca, y en ocasiones especiales como la fiesta del Tantanakuy, a Vilca lo hacía feliz mostrar esta obra con las campanas de la iglesia principal de su pueblo, las mismas que, según explicaba, influían determinantemente en la musicalidad con la que parecen nacer dotados todos los lugareños, que “escuchan y aman este sonido desde la panza de las guaguas”, según decía Vilca, en el tono bajo de su voz.
Hijo de un empleado del ferrocarril que fue maquinista de una locomotora a vapor, Vilca fue incorporando a su música los sonidos que lo rodeaban. El viento y el silencio profundo de la Quebrada, el vuelo de las aves y el andar de las llamas, y también las campanas de la plaza, o el tren que llevaba a su padre, suenan en su música. Por eso hizo canciones como “El último tren”, que llevan el sonido de la máquina en marcha. “En la Puna cada ruido merece su atención. Yo los escucho, me inspiro y los musicalizo”, explicaba en una entrevista a este diario. También supo incorporar la música clásica, que amaba y admiraba: en su “Homenaje a Bach”, por ejemplo, hizo sonar y bailar a Johann Sebastian en plena Puna.
Compositor, cantante, guitarrista, Vilca fue también maestro de música, un oficio que, ejercido en lugares como Humahuaca o Tilcara, lo transformó en maestro rural, y en San Salvador de Jujuy lo llevó al conservatorio. Tenía “estrategias” para enseñar. Entre otras, el Himno Nacional y “Aurora” en ritmo de carnavalito. “A los alumnos no les gusta cantar el Himno tradicional. Se aburren. En cambio así lo cantan, aprenden y se divierten”, explicaba. Contaba que su música también se había nutrido de su labor docente. Todos los domingos, religiosamente, actuaba en la Casa del Tantanakuy de Humahuaca, “un honor para el lugar”, tal como lo recuerda con agradecimiento el músico Juan Cruz Torres, coordinador de ese centro cultural.
Antes de hacer su propia música, Vilca tocó en conjuntos como Sonido Libre, donde abundaba la cumbia. Con el grupo Ricardo Vilca y sus Amigos grabó los discos Música del Altiplano. La Magia de mi raza (1993), Nuevo día (2000) y Majada de sueños (2003). Películas de distinta calidad también llevan su música, que en ocasiones termina siendo un paisaje más verdadero que el de esas imágenes consumidas por extranjeros con ganas de exotismo en museos de la Recoleta: Río arriba, de Ulises de la Orden (que sigue en cartel en el Malba); Una estrella y dos cafés, de Alberto Le-cchi; El destino, de Miguel Pereyra, que se estrena el próximo jueves. Entre los reconocimientos oficiales figura el que en 1983 recibió de la Unesco, por su contribución cultural a la Quebrada.
El municipio de Humahuaca declaró tres días de duelo con la bandera a media asta e invitó a un cese de actividades en el sector privado para despedir hoy los restos del músico. Ayer, mientras el sol se ponía, los amigos músicos de Vilca (los integrantes del grupo Ricardo Vilca y sus Amigos, pero también todos los músicos de Humahuaca, que, se sabe, son muchos) esperaban la llegada de los restos desde San Salvador de Jujuy, donde Vilca había sido internado hacía dos semanas. Iban a despedir al amigo con su música, transformando la pena en un baile compartido.