RESERVA MASAI MARA (KENIA)Ajenos todavía al devenir del tiempo, los masai siguen custodiando sus reses en las llanuras de la sabana como hicieran hace siglos sus antepasados, descendientes del dios Lengai.
ÁFRICA TRIBAL
Los últimos guerreros nómadas
Kenia es una impresionante ristra de colmillos y cuernos arrastrándose a paso cadencioso por la sabana. Y el típico 4x4 enmarcado en una postal de safari. También un charlatán venido del campo a la capital para recitar (entre aspavientos, melodramáticas entradas en trance y una veintenta de clientes enfervorizados) las bondades de un...
por ISABEL GARCÍA fotografías de JOAQUÍN RUIZ
Los guerreros masai o 'moranis' dan la bienvenida a los visitantes con una danza típica en la que muestran su agradecimiento por la vida al dios Lengai que, según ellos, habita en una montaña sagrada.
...mejunje de aspecto infumable y dudosos efectos milagrosos. O un cartel publicitario, en medio de una más que frondosa rotonda, del culebrón latino de turno. Hace unos meses triunfaba Rubí. Ahora Nunca te diré adiós. A las 8:05 p.m. From Monday to Friday. Incluso hay hueco en este país del África oriental y 30 millones de habitantes para finos hoteles de reminiscencias coloniales. No en vano, se independizó de Reino Unido hace no tanto, en 1963. E insaciables vendedores ambulantes, trattorie, máscaras de guerreros, elefantes de ébano, una de las mayores fallas del mundo, la del Valle del Rift...
Pero si hablamos de sus gentes, hay una tribu que Occidente identifica rápido con Kenia, pese a no representar más del 2% de la población: los llamativos masai. Espigados, de aspecto atlético y bello porte, se trata de uno de los escasos pueblos en el mundo que continúa siendo nómada, aunque su hábitat se reduce ya a las llanuras abiertas del suroeste del país, cerca de la frontera con Tanzania, allá donde emerge auténtica la imagen típica de la sabana africana. Campos color oro, elegantes acacias, polvo, camino, esplendor...
Los guerreros masai (o moranis, como se denomina a los jóvenes antes de llegar a adultos) viven del pastoreo, se rigen por la salida y puesta del sol y raras veces matan a los animales para comerlos. Más bien al contrario: disponer de un nutrido ganado lo identifican como un símbolo de riqueza, por lo que no rehúsan recurrir a la caza. A más vacas, cabras y ovejas, más respeto en el clan. Así de simple.
Los masai también se caracterizan por ser orgullosos y aguerridos. Y es que ellos son los elegidos del dios Lengai, que reside en lo alto del volcán Ol'Donyo'. Ya lo dice la leyenda: Lengai tenía tres hijos, y a cada uno le regaló un utensilio. Al primero, una flecha para cazar; al segundo, una azada para arar y al tercero, un bastón para conducir al rebaño. Este último es el padre de los masai y, según ellos, tal reparto les da derecho a apropiarse de todo el ganado existente sobre la faz de la Tierra. Y lo cumplen...
EXPULSADOS DE SU TIERRA. Por eso, es fácil verles deambular entre animales por las áridas tierras que lindan con la Reserva Nacional de Masai Mara, la más popular de África oriental, ubicada a 250 kilómetros de Nairobi. Allí habitan desde tiempo inmemorial, cuando llegaron procedentes del sur de Sudán. Sin embargo, tuvieron que abandonar sus tierras a comienzos del siglo pasado invitados por las autoridades británicas. Pudieron regresar cuando la zona fue declarada Reserva Nacional en 1961 para evitar la caza desaforada.
En realidad, el territorio no deja de ser la prolongación del Parque Serengeti de Tanzania (juntos ocupan 24.860 km2) y, de hecho, ninguna valla señala la división. La fauna que campa por estos pastos es la misma en ambos lados (rinocerontes, hipopótamos, elefantes, gacelas de Thomson y de Grant, hienas, chacales...).
Pero el verdadero espectáculo tiene como protagonistas a los ñus, que de julio a octubre migran en riadas desde Serengeti al Masai Mara escapando de la sequía. Se han llegado a contar millón y medio de ñus azules de barbas blancas, seguidos de miles de cebras y gacelas. Es posible contemplar la ceremonia hospedado en la treintena de lujosos lodges de la reserva. O si no, en los campamentos de tiendas de campaña permanentes u ocasionales.
El camino desde la capital keniata hasta el terreno masai es tortuoso e imposible si no es a lomos de un potente todoterreno (advertencia: obligatorio llevar varias ruedas de repuesto). Al poco tiempo de abandonar la capital y, tras dejar atrás los bosques tropicales que la rodean, la carretera literalmente desaparece para dar paso a una ruta empedredada y polvorienta que dura cinco horas. Merece la pena.
El paisaje de la sabana africana no deja de sorprender al turista, que se divierte observando, desde el coche, las peleas de ñus allá a lo lejos. O los chorros de vapor que desprende el volcán Suswa. O las plantaciones de té y caña de azúcar que cubren de un tono esmeralda centenares de hectáreas. Las de café también salpican el paisaje, pero la competencia del mercado latino y el hecho de que su recolección se dé a los seis meses (y el del té tras uno) está haciendo mella en su cultivo. Simplemente, se decantan por lo más rentable a corto plazo.
Cuando el jeep se acerca a Narok, la capital comercial de los masai, el panorama cambia. Las grandes extensiones de tierra dejan paso a incesantes puestos callejeros en los que se vende de todo: desde repuestos para ajadas bicicletas a conejos y utensilios de latón, pasando por fruta fresca, especias diversas y zapatos marchitos. La foto se completa con reiteradas estaciones de servicio (es el camino obligado hasta la Reserva Masai), anuncios de Safaricom (la mayor compañía de telefonía del país) y colegiales de uniforme verde y pantalón corto que saludan con una tímida sonrisa.
Es a las afueras de Narok, entre las aldeas desperdigadas de Sekenati, donde los guerreros masai reaparecen rodeados de sus reses. Hasta 100 kilómetros pueden recorrer en un día (sin comer y sin beber) con tal de alimentar a sus animales. Eso sí, siempre acompañados de un rudimentario bastón de madera (rungu u o'ringa en su lengua natal, el maa, originario del curso alto del Nilo) y un puñal.
El rojo vivo de su vestimenta permite distinguirles a lo lejos. No es más que una manta (swuka) que se anuda al cuello cubriendo todo el cuerpo. A un elefante le basta oler esta prenda para detectar el peligro, ya que los masai demuestran su virilidad atacando a estos animales. Aunque su valor depende del león, contra el que deben enfrenterse, al menos, una vez en la vida para convertirse en un adulto. Es el rito de iniciación obligado. Ese periodo de prueba dura cuatro años, durante los cuales no deben pisar su poblado.
LEONES COMO TROFEO. Samson, de apenas 20 años, ya ha pasado por esa etapa y muestra orgulloso la melena del león que derrotó, mientras chapurrea algunas palabras en inglés aprendidas por necesidad para relacionarse con los turistas (a cambio de unos chelines keniatas o dólares) o con sus compatriotas en los pueblos más grandes. El contacto con las instituciones públicas es, en cambio, inexistente. Alto, sonriente, erguido, le rodea el resto de moranis de la tribu (siete) dispuestos a iniciar la danza de bienvenida al extranjero, que se impresiona con el festival de colores que, de improviso, surge en medio de la nada.
Al fondo, se divisan las chozas del pequeño poblado (manyatta en maa), dispuestas siempre en forma circular. En el medio, fango y más fango se confunde con las boñigas secas de las vacas, el mismo material, mezclado con paja, con el que fabrican las chabolas.
En fila, todos los guerreros (muchos son hermanos, ya que el padre de Samson tiene ocho mujeres) empuñan su puñal y comienzan a saltar de forma obstinada. Sus movimientos hacen menear tanto los collares multicolores de mil vueltas como los brazaletes y los aretes que penden de sus orejas perforadas hasta un palmo. Para caminar se las enrollan a modo de ovillo. No es un símbolo de valentía o excentricidad, sino de coquetería, otra seña de identidad de esta raza. También lo son las quemaduras hechas en carne viva que decoran sus brazos de principio a fin. «Les gusta cómo queda, les parece muy bonito», explica el guía.
Su carácter presumido también permite a los hombres llevar el pelo largo, recogido en una especie de moño ungido en fango y grasa. Las mujeres, en cambio, deben raparse la cabeza. Algunos dicen que para restarles atractivo. Otros, por comodidad. Tras el ritual masculino, se inicia el de ellas. Son siete y todas llevan cinturón, símbolo de que están casadas, igual que la alianza en Occidente. Llama la atención que, tras la explicación anterior, la tercera de la fila lleve el pelo largo. "Acaba de ser madre y debe esperar tres meses para cortar el pelo a su hijo por primera vez; luego se lo cortará ella para siempre", traduce el guía.
Las mujeres son las encargadas de buscar leña, cocinar y cuidar de los niños que, desde lejos, miran divertidos a los visitantes mientras algunos, descalzos y curiosos, mordisquean un mendrugo impasibles al ejército de moscas que les acechan. Los mayores se preocupan de los pequeños. La precaria escuela se divisa remotamente.
Las féminas también construyen sus diminutas casas (tardan tres meses) porque, en el fondo, saben que serán las dueñas. Hasta que se caigan, no mucho después de tres años. El marido podrá utilizar tantas viviendas como esposas tenga, pero ninguna será suya. Es decir, podrá casarse tantas veces quiera (nunca con alguien de su misma sangre) siempre que tenga suficientes animales para alimentar a sus mujeres. Y pagar la dote de reses obligatoria en todo matrimonio. En esto de la poligamia (masculina, claro) los masai no son una excepción en Kenia. Al revés: es una práctica permitida por el Gobierno y extendida entre la población. ¿Excusa repetida? Cuanto más grande sea la familia, más fácil será que algún pariente te ayude si tienes un problema...
POLIGAMIA Y ABLACIÓN. La ablación es caso aparte. Ilegal es, pero grupos como éste la siguen practicando justo después de la primera regla. Es más, es una condición sine qua non para pasar de niña a mujer, ya que la figura de muchacha no existe. De pertenecer a su padre lo hacen a su marido.
Dada su condición de nómadas, los masai no tienen reparos en quemar el poblado si creen que están siendo víctimas de la mala suerte. Así lo piensan si, por ejemplo, mueren dos jóvenes del clan en un periodo de tiempo corto y sin motivo aparente. Entonces, destruyen todo en señal de purificación y se van. Tampoco entierran a nadie porque deberían honrar su memoria en un lugar fijo. Y no es ésa su filosofía. Prefieren despedirle con un ritual y cubrir su cuerpo con sangre y manteca. Incluso practican la eutanasia cuando los venerados ancianos no pueden más.
Uno de los moranis invita amigablemente a conocer su guarida. Nada más entrar, en el medio, hay piedras para el fuego. A un lado, el corral para los animales. Al otro, dos barracones y un pequeño habitáculo para depositar los aperos. No hay ventanas; sólo agujeros. No se entiende cómo pueden vivir allí dentro, sin luz, sin nada, pero es que sólo duermen. Y la oscuridad impide la llegada masiva de moscas, como pasa en el exterior.
El almuerzo se realiza fuera en el caso de las mujeres y los niños. Los varones no pueden ver comer a ninguna ni probar nada que hayan tocado, por lo que se alejan de la aldea. El sustento se basa en cereales, fruta y una mezcla viscosa de leche y sangre cruda de animal. El joven guerrero insta a degustarla en un puchero, pero la inmersión del visitante aún no es suficiente...
Una costumbre más de esta bella tribu que se despide invocando de nuevo a su Dios para que guíe los pasos de los que acaban de ser sus huéspedes
martes, noviembre 04, 2008
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