La música de Queen nunca morirá La banda inglesa liderada por Freddie Mercury marcó un antes y un después en la másica rock. Famosos admiradores confiesan su adicción ante el lanzamiento de la colección completa de su discografía
Auténtico. Mercury en una de sus conocidas poses, en un concierto benéfico celebrado en Londres en 1985.
En plena actuación
"Así debía cantar Zaratustra", escribía Rohinton Mistry –el mejor escritor parsi– sobre Faroukh Bulsara, alias Freddie Mercury. Para los zoroastras el ánico sentido de la vida es su celebración en un sentido hedonista. Freddie así lo entendió. Hasta llegar al paroxismo. Como si hubiera sido una revelación del dios Mazda.
Hasta su madre Jer aseguró que su hijo nació el primer día del calendario parsi, un 5 de septiembre de 1946. Además fue investido parsi en el Templo del Fuego de su ciudad natal Stone Town (Zanzíbar, Tanzania) a los siete años.
Cuando murió el 24 de noviembre de 1991, en su funeral un sacerdote zoroastra ofició la ceremonia ante sus grandes amigos Elton John y David Bowie. No era precisamente una tumba, porque sigue sin saberse el sitio exacto donde se encuentran sus restos. Mary Austin, su heredera, amante y gran amiga, que todavía vive en Garden Lodge, (Kensington, Londres) asegura que Freddie no quería que nadie lo supiera. La versión oficial es que sus cenizas se esparcieron en el lago suizo de Montreaux. Pero, ¿quién quiere vivir para siempre? como decía una de sus canciones.
Está demostrado, incluso a través del ADN, que los parsis proceden del norte de Irán, son viejos descendientes de los persas. Una de las ciudades santas de los parsis es Bulsara, el apellido original de Freddie. Quizá por eso, hace sólo tres años, el régimen iraní de Ahmadinejad toleraba oficialmente la másica de Queen. Son los ánicos artistas occidentales que no están prohibidos. Y Bohemian Rhapsody es una especie de himno para los iraníes.
Metamorfosis. ¿Cómo era Freddie? No había ningán parecido entre el que conocí en los años 70 y el que me encontré la áltima vez que lo vi, en Ibiza, a finales de mayo del año 87 ,cuando cantó en la discoteca KU su famosa Barcelona con Montserrat Caballé.
Freddie había decidido pasar unas vacaciones en Ibiza. El batería de Queen, Roger Taylor, tenía una casa en San Antonio, y Pino Sagliocco, el gestor del festival anual Ibiza'92, mantenía unas relaciones fantásticas con John Reid, mánager de Queen. Entre todos convencieron a Samaranch para que Barcelona se convirtiera en el himno oficial de los Juegos Olímpicos del 92.
En aquella noche ibicenca, a pesar de la excitación por cantar con la Caballé, Freddie ya no era el agotador y agitador cantante epicáreo y promiscuo. Muy lejos quedaba la famosa bacanal que organizó una vez en Mánich –y que duró un par de días– cuando cumplió 39 años. Era como si en esos momentos quisiera sentar la cabeza.
Ahora sé la razón por la cual Freddie había perdido esa energía delirante, esa magia de devorador de la vida con la que me había encontrado, por ejemplo, en Nueva Orleans, cuando se le ocurrió presentar el álbum Jazz con más de 200 chicas desnudas en el hotel Fairmont, en aquella noche de Halloween del 78.
Segán el libro Mercury and me, de Jim Hutton, su amante en sus áltimos seis años de vida, fue en la primavera de aquel fatídico año 87 cuando le diagnosticaron el sida. Freddie y Jim, tras grabar Barcelona, pensaron que lo mejor era viajar a Ibiza y pasar unas vacaciones.
Freddie ocultó el diagnóstico a todo el mundo por miedo a lo que pensarían sus padres, su hermano, el resto del grupoÉ Sólo un día antes de su muerte publicó un comunicado oficial en el que reconocía su enfermedad. Todas las asociaciones del sida le criticaron por ello, porque si lo hubiera anunciado en el momento que conoció la noticia se habría prevenido bastante más la enfermedad y se hubiera dedicado más dinero a la investigación. Pero† la primera gran estrella del rock víctima de esta dolencia tardó más de cuatro años en reconocerlo.
¿Por qué? Quizá por ser zoroastra, por su religión o, simplemente, para desviar la atención en su sentido hedonista de la vida. Tenía razones para ocultar el drama. Debido a su homosexualidad, su ciudad natal en la isla de Zanzíbar, dominada por el islam, prohíbe cualquier identificación con Freddie. Pude comprobarlo por mí mismo hace unos pocos años, cuando viajé a Stone Town. Tras muchas vueltas, encontré la calle y el edificio donde nació, más bien guiado por una biografía en la que se decía que su padre trabajaba en el edificio colonial del puerto de la ciudad, a sólo dos calles.†En la actualidad, la casa está repleta de vecinos. Todo está degradado por la humedad y cuesta muchas preguntas confirmar que nació en el segundo piso del inmueble.
Preguntas a ††los vecinos y nadie quiere darte ni razones ni explicaciones. Sólo que allí vivió hace muchos años una familia parsi de apellido Bulsara. Sí, alguna vez vivió allí el famoso cantante de Queen. De hecho, la ciudad todavía no tiene un sola señal de que Freddie hubiera nacido allí. El dueño del actual bar Zanzíbar en Stone Town quiso hacer un festival en el 60 aniversario del nacimiento del cantanteÉ pero las autoridades se lo prohibieron.
El propio Freddie siempre trató de esconder su origen parsi, su educación en Panchgani, no muy lejos de Bombay, La India, su religión zoroastra y hasta su homosexualidad. Mary Austin vivió seis años con él y no supo hasta el cuarto año de matrimonio que él tenía un amante estadounidense que era ejecutivo del sello Elektra.
Musicalmente, era un superdotado. Puede que sea el mejor cantante de la historia del rock. Su voz llegaba casi a un registro de cuatro octavas. Cuando hablaba tenía voz de barítono, pero cuando cantaba llegaba a ser un tenor puro, cristalino, y llegaba a la nota más inverosímil.
Era pianista desde los 8 años. Con 5, su tía le dio las primeras lecciones de piano en Zanzíbar. Tuvo su primer grupo, los Hectics, en La India, con sólo 10 años. Ya en Londres, en la Escuela de Arte de Ealing –donde tuvo como compañeros a Pete Townshend de los Who y al actual Rolling Stone, Ronnie Wood– sorprendía a todos con maravillosos dibujos al carbón. Estaba obsesionado con Jimi Hendrix y algunos de los dibujos del guitarrista son extraordinarios. Muchos de ellos, incluido uno dedicado a Paul McCartney, sólo se han conocido después de su muerte.
Vocación rock. En sus inicios pintaba y se ganaba la vida como vendedor de ropa de segunda mano en el ahora tristemente desaparecido Kensington Market, en Londres. Pero segán me contó un día el guitarrista Brian May, Freddie estaba obsesionado con ser una gran estrella de rock. Llegó a grabar una maqueta con un grupo llamado Wreckage, que todavía no se ha perdido. Era una especie de desarrollo del pop de los años 60, pero bastante más sofisticado. Como nadie quiso publicarla, formó un nuevo grupo que llamó Sour Milk Sea, pero tampoco funcionó. Ya estábamos en los comienzos de los 70.
En aquella época, los más atrevidos trataban de galvanizar una especie de rock más sofisticado que algunos empezaron a llamar rock sinfónico. Y Freddie conoció a los que iban a ser sus compañeros en Queen. Es decir, a Roger Taylor y Brian May, a través de un amigo comán, y que formaban un grupo llamado Smile.
A él aquella másica le parecía poco convincente y empezó a llevarlos hacia terrenos de rock más duro. Estaba claro que quería ser el cantante del grupo. En el entorno de la Escuela de Arte de Ealing le llamaban "La Reina". Y de ahí nació el nombre del grupo Queen cuando Roger y Brian decidieron que era el momento de tener un cantante como él. No mucho después se dejó su famoso moustache. Dijo que le encantaban Village People y que el bigote se lo había copiado a su cantante, Glenn Hughes.
Freddie escribió 10 de las 17 canciones de éxito de Queen. Entre ellas, obras maestras como Killer Queen, Bohemian Rhapsody, Somebody to love, We are the champions y Crazy little thing called love. Gran virtuoso, escribía canciones al piano en diferentes tonos y estilos. Pero también a la guitarra, con pocos acordes. Siempre decía que podía leer másica en el pentagrama.
Pero jamás pensó que sólo la másica cautivaría al gran páblico. Estaba convencido de que tendría que haber un toque teatral en todo lo que concernía a Queen. No paraba de ir al cine a buscar ideas...
Estaba obsesionado también con la ópera, como una pesadilla. Así, creó una insólita obra maestra del pop como Bohemian Rhapsody. Precisamente, acababa de ver una película de los hermanos Marx, Una noche en la ópera, y tenía una melodía extraña que cambiaba constantemente de acordes.
La grabación comenzó el 24 de agosto de 1975. En tres semanas estaba acabada, tras haber utilizado cuatro estudios diferentes. El tema enloqueció a todos. Brian me contó que todos los días se pasaban de 10 a 12 horas cantando. El productor Roy Thomas Baker usó hasta 48 pistas de voces, de 200 tomas diferentes, en un magnetófono analógico de sólo 24 pistas.
Pero el problema es que cuando terminaron la epopeya, el tema duraba casi seis minutos. ¿Quién iba a poner en la radio un tema que duraba tanto? Pero Freddie tuvo una idea. Le mandó una copia a su amigo el discjockey Kenny Everett advirtiéndole que no la pusiera en la radio, que sólo se la enviaba como regalo personal. Sabía que Everett no iba a resistir la tentación. No paró de ponerla y llegó al número uno.
Conjeturas. Se ha especulado mucho sobre la letra del tema. Muchos dicen que es la historia de un suicidio y que contenía referencias a El Extranjero, de Albert Camus. Otros aseguran que es una variación de un poema de Housman, pero Freddie siempre dijo que era el relato de un joven que había asesinado accidentalmente a otra persona y que, por tanto, vendía su alma al diablo.
Con Bohemian Rhapsody rompió todos los esquemas del pop. Contenía nada menos que seis partes diferentes: introducción, melodía, sólo de guitarra, ópera, rock y salida. Todo ello repleto de cambios en estilo, tono y tiempo. Suponía la obra de un genio o de un revolucionario.
Admirador de la Liza Minelli de Cabaret y de Aretha Franklin, una vez le dijo a la Caballé: "Olvídate de Puccini y todos los demás compositores de ópera. Todos ellos están muertos, pero yo estoy vivo, darling".
Bebió champán hasta el final aunque también le gustaba el vodka frío y la comida hindá. Y sus gatos persas no le dejaron nunca. Le daba tanta importancia a la ropa sólo cuando subía a un escenario. Allí era feliz, a pesar de su timidez. Como decía Nietzche en Así hablaba Zaratustra: "Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre". Julián Ruiz, productor musical y periodista, conoció personalmente a Freddie Mercury.
martes, noviembre 04, 2008
Los últimos guerreros nómadas
RESERVA MASAI MARA (KENIA)Ajenos todavía al devenir del tiempo, los masai siguen custodiando sus reses en las llanuras de la sabana como hicieran hace siglos sus antepasados, descendientes del dios Lengai.
ÁFRICA TRIBAL
Los últimos guerreros nómadas
Kenia es una impresionante ristra de colmillos y cuernos arrastrándose a paso cadencioso por la sabana. Y el típico 4x4 enmarcado en una postal de safari. También un charlatán venido del campo a la capital para recitar (entre aspavientos, melodramáticas entradas en trance y una veintenta de clientes enfervorizados) las bondades de un...
por ISABEL GARCÍA fotografías de JOAQUÍN RUIZ
Los guerreros masai o 'moranis' dan la bienvenida a los visitantes con una danza típica en la que muestran su agradecimiento por la vida al dios Lengai que, según ellos, habita en una montaña sagrada.
...mejunje de aspecto infumable y dudosos efectos milagrosos. O un cartel publicitario, en medio de una más que frondosa rotonda, del culebrón latino de turno. Hace unos meses triunfaba Rubí. Ahora Nunca te diré adiós. A las 8:05 p.m. From Monday to Friday. Incluso hay hueco en este país del África oriental y 30 millones de habitantes para finos hoteles de reminiscencias coloniales. No en vano, se independizó de Reino Unido hace no tanto, en 1963. E insaciables vendedores ambulantes, trattorie, máscaras de guerreros, elefantes de ébano, una de las mayores fallas del mundo, la del Valle del Rift...
Pero si hablamos de sus gentes, hay una tribu que Occidente identifica rápido con Kenia, pese a no representar más del 2% de la población: los llamativos masai. Espigados, de aspecto atlético y bello porte, se trata de uno de los escasos pueblos en el mundo que continúa siendo nómada, aunque su hábitat se reduce ya a las llanuras abiertas del suroeste del país, cerca de la frontera con Tanzania, allá donde emerge auténtica la imagen típica de la sabana africana. Campos color oro, elegantes acacias, polvo, camino, esplendor...
Los guerreros masai (o moranis, como se denomina a los jóvenes antes de llegar a adultos) viven del pastoreo, se rigen por la salida y puesta del sol y raras veces matan a los animales para comerlos. Más bien al contrario: disponer de un nutrido ganado lo identifican como un símbolo de riqueza, por lo que no rehúsan recurrir a la caza. A más vacas, cabras y ovejas, más respeto en el clan. Así de simple.
Los masai también se caracterizan por ser orgullosos y aguerridos. Y es que ellos son los elegidos del dios Lengai, que reside en lo alto del volcán Ol'Donyo'. Ya lo dice la leyenda: Lengai tenía tres hijos, y a cada uno le regaló un utensilio. Al primero, una flecha para cazar; al segundo, una azada para arar y al tercero, un bastón para conducir al rebaño. Este último es el padre de los masai y, según ellos, tal reparto les da derecho a apropiarse de todo el ganado existente sobre la faz de la Tierra. Y lo cumplen...
EXPULSADOS DE SU TIERRA. Por eso, es fácil verles deambular entre animales por las áridas tierras que lindan con la Reserva Nacional de Masai Mara, la más popular de África oriental, ubicada a 250 kilómetros de Nairobi. Allí habitan desde tiempo inmemorial, cuando llegaron procedentes del sur de Sudán. Sin embargo, tuvieron que abandonar sus tierras a comienzos del siglo pasado invitados por las autoridades británicas. Pudieron regresar cuando la zona fue declarada Reserva Nacional en 1961 para evitar la caza desaforada.
En realidad, el territorio no deja de ser la prolongación del Parque Serengeti de Tanzania (juntos ocupan 24.860 km2) y, de hecho, ninguna valla señala la división. La fauna que campa por estos pastos es la misma en ambos lados (rinocerontes, hipopótamos, elefantes, gacelas de Thomson y de Grant, hienas, chacales...).
Pero el verdadero espectáculo tiene como protagonistas a los ñus, que de julio a octubre migran en riadas desde Serengeti al Masai Mara escapando de la sequía. Se han llegado a contar millón y medio de ñus azules de barbas blancas, seguidos de miles de cebras y gacelas. Es posible contemplar la ceremonia hospedado en la treintena de lujosos lodges de la reserva. O si no, en los campamentos de tiendas de campaña permanentes u ocasionales.
El camino desde la capital keniata hasta el terreno masai es tortuoso e imposible si no es a lomos de un potente todoterreno (advertencia: obligatorio llevar varias ruedas de repuesto). Al poco tiempo de abandonar la capital y, tras dejar atrás los bosques tropicales que la rodean, la carretera literalmente desaparece para dar paso a una ruta empedredada y polvorienta que dura cinco horas. Merece la pena.
El paisaje de la sabana africana no deja de sorprender al turista, que se divierte observando, desde el coche, las peleas de ñus allá a lo lejos. O los chorros de vapor que desprende el volcán Suswa. O las plantaciones de té y caña de azúcar que cubren de un tono esmeralda centenares de hectáreas. Las de café también salpican el paisaje, pero la competencia del mercado latino y el hecho de que su recolección se dé a los seis meses (y el del té tras uno) está haciendo mella en su cultivo. Simplemente, se decantan por lo más rentable a corto plazo.
Cuando el jeep se acerca a Narok, la capital comercial de los masai, el panorama cambia. Las grandes extensiones de tierra dejan paso a incesantes puestos callejeros en los que se vende de todo: desde repuestos para ajadas bicicletas a conejos y utensilios de latón, pasando por fruta fresca, especias diversas y zapatos marchitos. La foto se completa con reiteradas estaciones de servicio (es el camino obligado hasta la Reserva Masai), anuncios de Safaricom (la mayor compañía de telefonía del país) y colegiales de uniforme verde y pantalón corto que saludan con una tímida sonrisa.
Es a las afueras de Narok, entre las aldeas desperdigadas de Sekenati, donde los guerreros masai reaparecen rodeados de sus reses. Hasta 100 kilómetros pueden recorrer en un día (sin comer y sin beber) con tal de alimentar a sus animales. Eso sí, siempre acompañados de un rudimentario bastón de madera (rungu u o'ringa en su lengua natal, el maa, originario del curso alto del Nilo) y un puñal.
El rojo vivo de su vestimenta permite distinguirles a lo lejos. No es más que una manta (swuka) que se anuda al cuello cubriendo todo el cuerpo. A un elefante le basta oler esta prenda para detectar el peligro, ya que los masai demuestran su virilidad atacando a estos animales. Aunque su valor depende del león, contra el que deben enfrenterse, al menos, una vez en la vida para convertirse en un adulto. Es el rito de iniciación obligado. Ese periodo de prueba dura cuatro años, durante los cuales no deben pisar su poblado.
LEONES COMO TROFEO. Samson, de apenas 20 años, ya ha pasado por esa etapa y muestra orgulloso la melena del león que derrotó, mientras chapurrea algunas palabras en inglés aprendidas por necesidad para relacionarse con los turistas (a cambio de unos chelines keniatas o dólares) o con sus compatriotas en los pueblos más grandes. El contacto con las instituciones públicas es, en cambio, inexistente. Alto, sonriente, erguido, le rodea el resto de moranis de la tribu (siete) dispuestos a iniciar la danza de bienvenida al extranjero, que se impresiona con el festival de colores que, de improviso, surge en medio de la nada.
Al fondo, se divisan las chozas del pequeño poblado (manyatta en maa), dispuestas siempre en forma circular. En el medio, fango y más fango se confunde con las boñigas secas de las vacas, el mismo material, mezclado con paja, con el que fabrican las chabolas.
En fila, todos los guerreros (muchos son hermanos, ya que el padre de Samson tiene ocho mujeres) empuñan su puñal y comienzan a saltar de forma obstinada. Sus movimientos hacen menear tanto los collares multicolores de mil vueltas como los brazaletes y los aretes que penden de sus orejas perforadas hasta un palmo. Para caminar se las enrollan a modo de ovillo. No es un símbolo de valentía o excentricidad, sino de coquetería, otra seña de identidad de esta raza. También lo son las quemaduras hechas en carne viva que decoran sus brazos de principio a fin. «Les gusta cómo queda, les parece muy bonito», explica el guía.
Su carácter presumido también permite a los hombres llevar el pelo largo, recogido en una especie de moño ungido en fango y grasa. Las mujeres, en cambio, deben raparse la cabeza. Algunos dicen que para restarles atractivo. Otros, por comodidad. Tras el ritual masculino, se inicia el de ellas. Son siete y todas llevan cinturón, símbolo de que están casadas, igual que la alianza en Occidente. Llama la atención que, tras la explicación anterior, la tercera de la fila lleve el pelo largo. "Acaba de ser madre y debe esperar tres meses para cortar el pelo a su hijo por primera vez; luego se lo cortará ella para siempre", traduce el guía.
Las mujeres son las encargadas de buscar leña, cocinar y cuidar de los niños que, desde lejos, miran divertidos a los visitantes mientras algunos, descalzos y curiosos, mordisquean un mendrugo impasibles al ejército de moscas que les acechan. Los mayores se preocupan de los pequeños. La precaria escuela se divisa remotamente.
Las féminas también construyen sus diminutas casas (tardan tres meses) porque, en el fondo, saben que serán las dueñas. Hasta que se caigan, no mucho después de tres años. El marido podrá utilizar tantas viviendas como esposas tenga, pero ninguna será suya. Es decir, podrá casarse tantas veces quiera (nunca con alguien de su misma sangre) siempre que tenga suficientes animales para alimentar a sus mujeres. Y pagar la dote de reses obligatoria en todo matrimonio. En esto de la poligamia (masculina, claro) los masai no son una excepción en Kenia. Al revés: es una práctica permitida por el Gobierno y extendida entre la población. ¿Excusa repetida? Cuanto más grande sea la familia, más fácil será que algún pariente te ayude si tienes un problema...
POLIGAMIA Y ABLACIÓN. La ablación es caso aparte. Ilegal es, pero grupos como éste la siguen practicando justo después de la primera regla. Es más, es una condición sine qua non para pasar de niña a mujer, ya que la figura de muchacha no existe. De pertenecer a su padre lo hacen a su marido.
Dada su condición de nómadas, los masai no tienen reparos en quemar el poblado si creen que están siendo víctimas de la mala suerte. Así lo piensan si, por ejemplo, mueren dos jóvenes del clan en un periodo de tiempo corto y sin motivo aparente. Entonces, destruyen todo en señal de purificación y se van. Tampoco entierran a nadie porque deberían honrar su memoria en un lugar fijo. Y no es ésa su filosofía. Prefieren despedirle con un ritual y cubrir su cuerpo con sangre y manteca. Incluso practican la eutanasia cuando los venerados ancianos no pueden más.
Uno de los moranis invita amigablemente a conocer su guarida. Nada más entrar, en el medio, hay piedras para el fuego. A un lado, el corral para los animales. Al otro, dos barracones y un pequeño habitáculo para depositar los aperos. No hay ventanas; sólo agujeros. No se entiende cómo pueden vivir allí dentro, sin luz, sin nada, pero es que sólo duermen. Y la oscuridad impide la llegada masiva de moscas, como pasa en el exterior.
El almuerzo se realiza fuera en el caso de las mujeres y los niños. Los varones no pueden ver comer a ninguna ni probar nada que hayan tocado, por lo que se alejan de la aldea. El sustento se basa en cereales, fruta y una mezcla viscosa de leche y sangre cruda de animal. El joven guerrero insta a degustarla en un puchero, pero la inmersión del visitante aún no es suficiente...
Una costumbre más de esta bella tribu que se despide invocando de nuevo a su Dios para que guíe los pasos de los que acaban de ser sus huéspedes
ÁFRICA TRIBAL
Los últimos guerreros nómadas
Kenia es una impresionante ristra de colmillos y cuernos arrastrándose a paso cadencioso por la sabana. Y el típico 4x4 enmarcado en una postal de safari. También un charlatán venido del campo a la capital para recitar (entre aspavientos, melodramáticas entradas en trance y una veintenta de clientes enfervorizados) las bondades de un...
por ISABEL GARCÍA fotografías de JOAQUÍN RUIZ
Los guerreros masai o 'moranis' dan la bienvenida a los visitantes con una danza típica en la que muestran su agradecimiento por la vida al dios Lengai que, según ellos, habita en una montaña sagrada.
...mejunje de aspecto infumable y dudosos efectos milagrosos. O un cartel publicitario, en medio de una más que frondosa rotonda, del culebrón latino de turno. Hace unos meses triunfaba Rubí. Ahora Nunca te diré adiós. A las 8:05 p.m. From Monday to Friday. Incluso hay hueco en este país del África oriental y 30 millones de habitantes para finos hoteles de reminiscencias coloniales. No en vano, se independizó de Reino Unido hace no tanto, en 1963. E insaciables vendedores ambulantes, trattorie, máscaras de guerreros, elefantes de ébano, una de las mayores fallas del mundo, la del Valle del Rift...
Pero si hablamos de sus gentes, hay una tribu que Occidente identifica rápido con Kenia, pese a no representar más del 2% de la población: los llamativos masai. Espigados, de aspecto atlético y bello porte, se trata de uno de los escasos pueblos en el mundo que continúa siendo nómada, aunque su hábitat se reduce ya a las llanuras abiertas del suroeste del país, cerca de la frontera con Tanzania, allá donde emerge auténtica la imagen típica de la sabana africana. Campos color oro, elegantes acacias, polvo, camino, esplendor...
Los guerreros masai (o moranis, como se denomina a los jóvenes antes de llegar a adultos) viven del pastoreo, se rigen por la salida y puesta del sol y raras veces matan a los animales para comerlos. Más bien al contrario: disponer de un nutrido ganado lo identifican como un símbolo de riqueza, por lo que no rehúsan recurrir a la caza. A más vacas, cabras y ovejas, más respeto en el clan. Así de simple.
Los masai también se caracterizan por ser orgullosos y aguerridos. Y es que ellos son los elegidos del dios Lengai, que reside en lo alto del volcán Ol'Donyo'. Ya lo dice la leyenda: Lengai tenía tres hijos, y a cada uno le regaló un utensilio. Al primero, una flecha para cazar; al segundo, una azada para arar y al tercero, un bastón para conducir al rebaño. Este último es el padre de los masai y, según ellos, tal reparto les da derecho a apropiarse de todo el ganado existente sobre la faz de la Tierra. Y lo cumplen...
EXPULSADOS DE SU TIERRA. Por eso, es fácil verles deambular entre animales por las áridas tierras que lindan con la Reserva Nacional de Masai Mara, la más popular de África oriental, ubicada a 250 kilómetros de Nairobi. Allí habitan desde tiempo inmemorial, cuando llegaron procedentes del sur de Sudán. Sin embargo, tuvieron que abandonar sus tierras a comienzos del siglo pasado invitados por las autoridades británicas. Pudieron regresar cuando la zona fue declarada Reserva Nacional en 1961 para evitar la caza desaforada.
En realidad, el territorio no deja de ser la prolongación del Parque Serengeti de Tanzania (juntos ocupan 24.860 km2) y, de hecho, ninguna valla señala la división. La fauna que campa por estos pastos es la misma en ambos lados (rinocerontes, hipopótamos, elefantes, gacelas de Thomson y de Grant, hienas, chacales...).
Pero el verdadero espectáculo tiene como protagonistas a los ñus, que de julio a octubre migran en riadas desde Serengeti al Masai Mara escapando de la sequía. Se han llegado a contar millón y medio de ñus azules de barbas blancas, seguidos de miles de cebras y gacelas. Es posible contemplar la ceremonia hospedado en la treintena de lujosos lodges de la reserva. O si no, en los campamentos de tiendas de campaña permanentes u ocasionales.
El camino desde la capital keniata hasta el terreno masai es tortuoso e imposible si no es a lomos de un potente todoterreno (advertencia: obligatorio llevar varias ruedas de repuesto). Al poco tiempo de abandonar la capital y, tras dejar atrás los bosques tropicales que la rodean, la carretera literalmente desaparece para dar paso a una ruta empedredada y polvorienta que dura cinco horas. Merece la pena.
El paisaje de la sabana africana no deja de sorprender al turista, que se divierte observando, desde el coche, las peleas de ñus allá a lo lejos. O los chorros de vapor que desprende el volcán Suswa. O las plantaciones de té y caña de azúcar que cubren de un tono esmeralda centenares de hectáreas. Las de café también salpican el paisaje, pero la competencia del mercado latino y el hecho de que su recolección se dé a los seis meses (y el del té tras uno) está haciendo mella en su cultivo. Simplemente, se decantan por lo más rentable a corto plazo.
Cuando el jeep se acerca a Narok, la capital comercial de los masai, el panorama cambia. Las grandes extensiones de tierra dejan paso a incesantes puestos callejeros en los que se vende de todo: desde repuestos para ajadas bicicletas a conejos y utensilios de latón, pasando por fruta fresca, especias diversas y zapatos marchitos. La foto se completa con reiteradas estaciones de servicio (es el camino obligado hasta la Reserva Masai), anuncios de Safaricom (la mayor compañía de telefonía del país) y colegiales de uniforme verde y pantalón corto que saludan con una tímida sonrisa.
Es a las afueras de Narok, entre las aldeas desperdigadas de Sekenati, donde los guerreros masai reaparecen rodeados de sus reses. Hasta 100 kilómetros pueden recorrer en un día (sin comer y sin beber) con tal de alimentar a sus animales. Eso sí, siempre acompañados de un rudimentario bastón de madera (rungu u o'ringa en su lengua natal, el maa, originario del curso alto del Nilo) y un puñal.
El rojo vivo de su vestimenta permite distinguirles a lo lejos. No es más que una manta (swuka) que se anuda al cuello cubriendo todo el cuerpo. A un elefante le basta oler esta prenda para detectar el peligro, ya que los masai demuestran su virilidad atacando a estos animales. Aunque su valor depende del león, contra el que deben enfrenterse, al menos, una vez en la vida para convertirse en un adulto. Es el rito de iniciación obligado. Ese periodo de prueba dura cuatro años, durante los cuales no deben pisar su poblado.
LEONES COMO TROFEO. Samson, de apenas 20 años, ya ha pasado por esa etapa y muestra orgulloso la melena del león que derrotó, mientras chapurrea algunas palabras en inglés aprendidas por necesidad para relacionarse con los turistas (a cambio de unos chelines keniatas o dólares) o con sus compatriotas en los pueblos más grandes. El contacto con las instituciones públicas es, en cambio, inexistente. Alto, sonriente, erguido, le rodea el resto de moranis de la tribu (siete) dispuestos a iniciar la danza de bienvenida al extranjero, que se impresiona con el festival de colores que, de improviso, surge en medio de la nada.
Al fondo, se divisan las chozas del pequeño poblado (manyatta en maa), dispuestas siempre en forma circular. En el medio, fango y más fango se confunde con las boñigas secas de las vacas, el mismo material, mezclado con paja, con el que fabrican las chabolas.
En fila, todos los guerreros (muchos son hermanos, ya que el padre de Samson tiene ocho mujeres) empuñan su puñal y comienzan a saltar de forma obstinada. Sus movimientos hacen menear tanto los collares multicolores de mil vueltas como los brazaletes y los aretes que penden de sus orejas perforadas hasta un palmo. Para caminar se las enrollan a modo de ovillo. No es un símbolo de valentía o excentricidad, sino de coquetería, otra seña de identidad de esta raza. También lo son las quemaduras hechas en carne viva que decoran sus brazos de principio a fin. «Les gusta cómo queda, les parece muy bonito», explica el guía.
Su carácter presumido también permite a los hombres llevar el pelo largo, recogido en una especie de moño ungido en fango y grasa. Las mujeres, en cambio, deben raparse la cabeza. Algunos dicen que para restarles atractivo. Otros, por comodidad. Tras el ritual masculino, se inicia el de ellas. Son siete y todas llevan cinturón, símbolo de que están casadas, igual que la alianza en Occidente. Llama la atención que, tras la explicación anterior, la tercera de la fila lleve el pelo largo. "Acaba de ser madre y debe esperar tres meses para cortar el pelo a su hijo por primera vez; luego se lo cortará ella para siempre", traduce el guía.
Las mujeres son las encargadas de buscar leña, cocinar y cuidar de los niños que, desde lejos, miran divertidos a los visitantes mientras algunos, descalzos y curiosos, mordisquean un mendrugo impasibles al ejército de moscas que les acechan. Los mayores se preocupan de los pequeños. La precaria escuela se divisa remotamente.
Las féminas también construyen sus diminutas casas (tardan tres meses) porque, en el fondo, saben que serán las dueñas. Hasta que se caigan, no mucho después de tres años. El marido podrá utilizar tantas viviendas como esposas tenga, pero ninguna será suya. Es decir, podrá casarse tantas veces quiera (nunca con alguien de su misma sangre) siempre que tenga suficientes animales para alimentar a sus mujeres. Y pagar la dote de reses obligatoria en todo matrimonio. En esto de la poligamia (masculina, claro) los masai no son una excepción en Kenia. Al revés: es una práctica permitida por el Gobierno y extendida entre la población. ¿Excusa repetida? Cuanto más grande sea la familia, más fácil será que algún pariente te ayude si tienes un problema...
POLIGAMIA Y ABLACIÓN. La ablación es caso aparte. Ilegal es, pero grupos como éste la siguen practicando justo después de la primera regla. Es más, es una condición sine qua non para pasar de niña a mujer, ya que la figura de muchacha no existe. De pertenecer a su padre lo hacen a su marido.
Dada su condición de nómadas, los masai no tienen reparos en quemar el poblado si creen que están siendo víctimas de la mala suerte. Así lo piensan si, por ejemplo, mueren dos jóvenes del clan en un periodo de tiempo corto y sin motivo aparente. Entonces, destruyen todo en señal de purificación y se van. Tampoco entierran a nadie porque deberían honrar su memoria en un lugar fijo. Y no es ésa su filosofía. Prefieren despedirle con un ritual y cubrir su cuerpo con sangre y manteca. Incluso practican la eutanasia cuando los venerados ancianos no pueden más.
Uno de los moranis invita amigablemente a conocer su guarida. Nada más entrar, en el medio, hay piedras para el fuego. A un lado, el corral para los animales. Al otro, dos barracones y un pequeño habitáculo para depositar los aperos. No hay ventanas; sólo agujeros. No se entiende cómo pueden vivir allí dentro, sin luz, sin nada, pero es que sólo duermen. Y la oscuridad impide la llegada masiva de moscas, como pasa en el exterior.
El almuerzo se realiza fuera en el caso de las mujeres y los niños. Los varones no pueden ver comer a ninguna ni probar nada que hayan tocado, por lo que se alejan de la aldea. El sustento se basa en cereales, fruta y una mezcla viscosa de leche y sangre cruda de animal. El joven guerrero insta a degustarla en un puchero, pero la inmersión del visitante aún no es suficiente...
Una costumbre más de esta bella tribu que se despide invocando de nuevo a su Dios para que guíe los pasos de los que acaban de ser sus huéspedes
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