domingo, agosto 26, 2007

Praga








Puente sobre el Moldava
Misteriosa, bohemia y artística, Praga es la perla de Europa del Este. De los barrios de Malá Strana a la Ciudad Vieja, un paseo sobre el puente de Carlos IV, uno de los más antiguos y emblemáticos de la ciudad, que en 2007 cumple 650 años.

Por Graciela Cutuli
Algo tiene Praga que fascina, y no es nada difícil descubrirlo. Lo difícil es saber con cuál de sus encantos quedarse. Formada por cinco antiguas ciudades en torno del río Moldava (Vlatava en su nombre local), el gótico y el barroco parecen haber querido reunir sus esplendores en esta capital hecha de monumentos pero también de callecitas recónditas, que supo de la gloria y también del sufrimiento. Para organizar el viaje es posible plantearse un recorrido temático, que vaya de la Praga de los Habsburgo a la Praga art-nouveau de la Ciudad Nueva, del Barrio Judío al Castillo de Praga, o bien partir de la Ciudad Vieja, a un lado del célebre puente de Carlos IV, hacia Malá Strana, uno de los sectores mejor conservados. La ventaja de Praga es que es relativamente pequeña y caminable, además de infinitamente fotogénica. Y durante todo el recorrido suenan, como un rítmico acompañamiento en la memoria, las notas del “Moldava”, del compositor checo Bedrich Smetana, que evoca en sus compases el curso del río que atraviesa la ciudad. Sobre el Moldava se levanta el puente de Carlos IV. Y sobre este puente pasó buena parte de la historia de Praga.
El antiguo y sólido puente sobre el Moldava enlaza la Ciudad Vieja con el barrio del famoso castillo.
Una panorámica de la ciudad de Praga, una de las más bellas de la vieja Europa.
Arte y arquitectura se dan cita en cada rincón de la histórica capital checa.
El puente de Praga




El puente de Carlos IV merece un lugar en los más famosos del mundo, desde el inconcluso de Aviñón hasta el antiguo Pont Neuf de París, sin olvidarse los modernos de Brooklyn o el Golden Gate en Estados Unidos. Con más de 500 metros de extensión y diez de ancho, une las dos orillas del río, respectivamente los barrios de Stare Mesto y Malá Strana. La construcción comenzó en 1357 por orden de Carlos IV, para reemplazar el puente anterior destruido por una inundación, y fue realizado con bloques de arenisca, que se reforzó uniendo a la argamasa huevos y vino. Parece que la mezcla dio resultado, porque 650 años después sigue sólidamente en pie. Y eso que en sus siglos de historia no le faltaron agitaciones: desde numerosas inundaciones que afectaron algunos de sus pilares (la última fue el desborde del Moldava en 2002, que provocó graves daños en Praga), hasta batallas que se libraron sobre su pasarela. En verdad la teoría del añadido de huevos a la argamasa es una leyenda, pero algunos estudios realizados recientemente –aunque no pueden probarlo– confirmaron que hay en la construcción elementos orgánicos. Lo cierto es que la piedra fundamental del puente se colocó a la hora que determinaron astrólogos y expertos en las arcanas ciencias de la numerología: las 5.31 del 9 de julio de 1357. Un momento que, escrito bajo la forma “palindrómica” (es decir capicúa) 135797531, se encuentra grabado en la torre de la Ciudad Vieja. Como es de imaginar, la obra fue larga y costosa; y el puente se construyó hasta principios del siglo siguiente, financiando la obra con el cobro de peajes. Bien valía la pena, ya que su importancia la convirtió en un centro comercial en sí mismo, y en testigo de una historia que llevó a Praga desde el esplendor de la Edad Media hasta los vaivenes de la Guerra de los Treinta Años, cuya tregua se firmó sobre el mismísimo puente en 1648.
Noche y día
Vale la pena cruzar el puente de Carlos IV al menos en dos momentos del día, a la sombra de las 30 estatuas que lo bordean, y que fueron colocadas –dándole su aspecto actual– entre 1683 y 1938. Casi casi, otro caso de estudio para los numerólogos, ya que 83 es la inversa de 38, y lo mismo podría decirse del 6 y el 9 invirtiendo sus posiciones... Pero dejando de lado estas curiosidades, de mañana y durante el día el puente es una suerte de mercado al aire libre donde vendedores de toda clase de cosas se disputan la atención de los turistas. Los mismos que convirtieron a Praga en una de las capitales turísticas mundiales desde la apertura de los años ’90, cuando Europa occidental redescubrió una de las más bellas ciudades del Este, por entonces a costos impensables para las economías del Oeste. Por la noche, en cambio, la luna llena pone sobre el puente un especial toque de romanticismo, y si hay niebla para acompañar, la silueta de Praga toma entonces un perfil entre feérico y fantasmagórico que combina muy bien con sus leyendas y tradiciones.
De un lado queda Malá Strana, la parte barroca de la ciudad, fundada sobre las laderas de la colina del castillo, que se divisa al fondo. Allí están la tradicional plaza dominada por la iglesia de San Nicolás, el palacio Schönborn y el palacio Wallenstein, así como la encantadora isla Kampa, la “Venecia de Praga”. Del otro lado del puente se levanta la Ciudad Vieja, Stare Mésto, que empezó a desarrollarse alrededor del siglo XI y doscientos años después se convirtió en ciudad con ayuntamiento propio. Varias de las calles son peatonales, flanqueadas por edificios de gran belleza y carácter, sobre todo las concentradas en torno de su plaza principal, como la otra iglesia de San Nicolás. Por esta parte de la ciudad se pueden seguir también las huellas de Franz Kafka, uno de los habitantes ilustres de Praga.
Actualmente el puente de Carlos IV es peatonal, aunque antiguamente permitía el paso de hasta cuatro carruajes simultáneamente. Sus torres góticas forman parte del diseño original, y se destaca especialmente la de la Ciudad Vieja, diseñada por Peter Parler, que también dirigió las obras del puente. En el primer piso hay una galería mirador, que tiene excelente vista sobre Malá Strana y el castillo de Praga. En cuanto a las esculturas (que son casi todas copias de las originales, conservadas en el Museo Nacional de Praga), son también casi todas de estilo barroco y fueron realizadas en su mayoría entre 1683 y 1714. Representan santos muy venerados en la época, como San Adalberto, San Juan de Mata, San Félix de Valois o Santa Lutgarda, cuya estatua se considera una de las principales artísticamente hablando, y evoca la historia de la monja que se recuperó de la ceguera al tocar las llagas de Cristo. Al cruzar hay que prestar atención al crucifijo de madera que se colocó en 1629, y fue durante mucho tiempo el único ornamento del puente, así como a los relieves que representan el martirio de San Juan Nepomuceno, arrestado y torturado por su desacato al rey, y luego arrojado desde el puente. El culto a este santo se promovió para contrarrestar la fuerte influencia del religioso reformista Jan Hus.
Finalmente, aunque cueste, habrá que decidirse a dejar atrás este puente (que no se visita como un medio para cruzar de un lado a otro, sino como un monumento en sí mismo). Es que en Praga es mucho todavía lo que espera ser visto: la Torre de la Pólvora, la Casa de los Osos Dorados, la iglesia de Nuestra Señora de Týn, el reloj del ayuntamiento (cuyo constructor fue cegado, para que no repitiera su obra maestra), el Barrio Judío con su cementerio y sus sinagogas, las casas cubistas, el convento de Santa Inés, el castillo de Praga, la Catedral de San Vito, el Monasterio Strahov y la Ciudad Nueva, que aunque se fundó en el siglo XVI sufrió un importante proceso de reurbanización, al que le debe su fisonomía actual, en el siglo XIX. Lo cual, para una ciudad de la historia de Praga es algo casi totalmente nuevo.

Familia López Hernando





































domingo, agosto 19, 2007

Mitos argentinos


Sandro de América

larga vida y feliz cumple.....Maestro!

sábado, agosto 18, 2007

La última cena de Pier Paolo Passolini


Sporco comunista", "mascalzone", "frocio", "fetuso"... ("sucio comunista", "sinvergüenza", "golfo", "maricón"...).

Son las últimas palabras que escuchó Pier Paolo Pasolini antes de ser apalizado hasta morir en la noche del 1 al 2 de noviembre de 1975. Los mismos insultos que hasta hace poco ensuciaban su monumento funerario, que recuerda el lugar donde se perpetró el homicidio en un desolado paraje de Ostia, a 30 kilómetros de Roma. El Ayuntamiento de Ostia Lido decidió cercar la estatua con alambre y unas rudimentarias vallas de madera para evitar las pintadas que deshonraban al artista que amaba a los ragazzi di vita (muchachos de la vida).

"Pino no tenía cara de asesino...", dice la dueña de la 'trattoria' donde cenaron el director y el homicida
Las autoridades han vallado su estatua en Lido de Ostia para evitar las pintadas y a los yonquis
Sobre el páramo yermo donde fue reventado a palos hace 31 años se alza ahora una columna más cursi que simbólica, coronada por una paloma que sostiene en el pico una luna llena. Se supone que se puede visitar de lunes a sábado, entre las 9.00 y las 13.00, pero casi nunca está el guarda que abre el candado de la verja. "Venían los chicos y la ensuciaban con sprays. Por la noche se reunían para beber o chutarse. Aquí hay mucha droga, ¿sabe?", dice Giampietro Falcone, taxista de profesión.
"Gente normal, / me condenáis: / a temblar, / a odiar, / a ocultarme, / a desaparecer...", decía el director italiano que, tres décadas después de su muerte sigue levantando ampollas como prueban las verjas del monumento de la Via del Idroscalo, una calle-carretera que discurre entre barbechos salpicados de barracas deshabitadas y galpones que alojan coches polvorientos. Las autoridades programan allí homenajes periódicamente, así que había que mantenerlo a salvo de pintadas y de yonquis.
¿Qué conmemora en realidad el monumento? Según la versión oficial, que Roberto Pelosi, apodado Pino Rana, un chapero de 17 años, golpeó hasta la muerte a Pier Paolo Pasolini, de 53 años. La otra versión, defendida por sus allegados y espoleada por la periodista ya fallecida Oriana Fallaci es que fue víctima de una conspiración política, y que Pelosi sólo fue el cebo que le condujo a la emboscada en la que participaron al menos tres sicarios.
Sea como fuere, si alguien quisiera rememorar hoy el crimen no encontraría muchas dificultades. Los escenarios siguen casi intactos. Como la estación Termini, donde el cineasta recogió al joven prostituto y le invitó a subir en su coche, un Alfa Romeo GT plateado. Los chaperos que amó Pasolini siguen allí. Ya no se amparan bajo los restos de la muralla aureliana, que apesta a orines. Ahora lo hacen en el interior de la estación, en la entrada de la Via Giovanni Giolitti, junto a las escaleras mecánicas. Basta un guiño y se acerca un veinteañero de tez cobriza. "Soy Rocco", afirma, entre descarado y amenazante mientras sus hermanos de oficio contemplan la escena. La única diferencia es que hoy llevan cinturones con unas enormes hebillas en las que se lee D&G y se calan gafas de sol de imitación de grandes marcas. Rocco ofrece sus servicios con dos tarifas. En los aseos de la estación, 50 euros; si hay que salir, el precio sube.
Pino Rana declaró en el juicio que Pasolini le ofreció 20.000 liras de entonces (unos 10 euros). El chapero, que ahora tiene 48 años, subió al Alfa del artista, que cogió la Via Nazionale para salir de la ciudad. En el trayecto, al muchacho le entró hambre. Pasolini conocía una trattoria, junto a la basílica de San Pablo, en la Via Ostiense, que conduce a la costa. Se llamaba y se llama Biondo Tevere. Un local alojado en una casa de dos pisos, de paredes encaladas y una luminosa terraza con vistas al Tíber (Tevere) del que toma el nombre. Al artista boloñés le encantaba pasar allí las horas muertas "pensando y escribiendo sus cosas". Las comillas son de Giuseppina Panzironi, cocinera y regente del local desde hace cinco décadas. Ahora tiene 76 años. Ella preparó la última cena de Pasolini y de su homicida. Sentada en la misma mesa donde ambos compartieron mantel rememora la escena: "Nos dijo que le preparáramos algo al chico, que él no tenía hambre porque ya había tomado un bocado en Roma". En su voz hay cierta inquietud, como si esperara aún una revelación que esclareciera lo sucedido aquella fatídica noche. "Era el día de Todos los Santos y no había mucha gente. Mi marido, Vincenzo, les tomó nota. El muchacho pidió spaghetti all'aglio, olio e peperoncino y pechuga de pollo. Pero él insistió en que no tenía apetito, que le bastaba con una birra y una banana. Sólo eso". Ésa fue la última cena del director de El Evangelio según San Mateo. "Se le veía tranquilo. Hablaba en voz baja con el muchacho mientras éste comía... Pino no tenía cara de asesino. Tenía cara de... chiquillo", apunta.
La sala de la planta de abajo de la trattoria se ha convertido en un pequeño museo en torno a la figura del director de Edipo Rey. De la pared cuelgan fotos suyas junto a sus amigos y los actores con los que trabajó como Ana Magnani, dibujos y poemas manuscritos. Sus íntimos en Biondo Tevere eran el escritor Alberto Moravia y su esposa Elsa Morante, y el poeta Dario Bellezza. "Él era muy tranquilo, nunca armaba jaleo, ni bebía. Si acaso una cerveza. Cuando acababa no esperaba la cuenta. Le daba a Vincenzo un cheque en blanco y le decía 'pon tú la cantidad", dice la anciana cocinera.
Giuseppina no tiene constancia de que nadie siguiera al Alfa Romeo hasta su local, ni que le estuvieran esperando a la salida, como apunta la versión conspirativa que hizo reabrir el caso hace tres años. Sólo sabe que el auto partió sobre las doce de la noche hacia Ostia.
Pasolini era un maldito y el malditismo le ha perseguido hasta después de su muerte. El lugar donde cayó muerto, perteneciente a Lido de Ostia, no es el destino turístico ideal. "Entonces venían aquí personas importantes, gente del cine como Fellini y Sordi. Pero ahora nos cae esta chusma de la droga y los turistas se espantan", dice el taxista Falcone. Porque en la estación de Lido Nord no sólo se bajan bañistas, sino muchos enganchados que vienen a buscar su dosis. Pietro es uno de sus camellos. Trabaja en los alrededores de la plaza Lorenzo Gasparini, en el mismo centro del Bronx, como le llaman a este barrio los lugareños. La policía hace redadas periódicas, pero no ha conseguido acabar con la reputación como uno de los supermercados de la droga romana.
Pasolini celebró a estos desharrapados, a los accattone, el proxeneta que protagonizó su primera película. Pietro conoce a casi todos estos muchachos del bogarte (de la calle). Pero no tiene ni idea de quién fue Pasolini, el muerto más ilustre de su localidad. Viéndole trapichear, uno imagina que Pasolini volvería a morir aquí si le dejaran elegir, junto a Pietro, junto a Pino Rana, sin monumentos.
Para El país viernes 17 de agosto de 2007

lunes, agosto 13, 2007

La Stasi, y el peso de la mentira





Berlín. (EFE).- A punto de cumplirse el 46 aniversario de la construcción del Muro de Berlín ha aparecido el primer documento que demuestra que existía una orden explícita de disparar contra las personas que intentaran huir de la República Democrática Alemana (RDA).

RDA, Berlín, Stasi, Alemania, República Democrática Alemana, Magdeburgo
El documento hallado en una dependencia de los archivos de la Stasi -la policía secreta de la RDA- en Magdeburgo data del 1 de octubre de 1973 y está dirigido a una unidad especial infiltrada en las brigadas fronterizas, cuya misión era evitar la fuga de los propios soldados, algo que ocurría a menudo. "No duden en hacer uso de las armas, ni siquiera si la trasgresión fronteriza se produce con mujeres y niños, algo que los traidores utilizan con frecuencia", reza el texto de la orden de la que se hacen eco hoy los medios alemanes. En el documento se subraya que "es deber" de todo miembro de esa unidad responder a la "astucia" de los que quieren darse a la fuga mediante la "detención" o "liquidación". Se trata de la primera vez que aparece escrita una orden explícita de disparar en el muro interalemán. Según el portavoz de los archivos de la Stasi, Andreas Schulze, en declaraciones a varios periódicos, oficialmente las leyes de la RDA tan sólo contemplaban el uso de armas como "última medida". Los dirigentes de la RDA habían negado siempre la existencia de una "orden de disparar". La orden secreta de 1973 demuestra, según Schulze, que "la historia de la RDA no se ha terminado de contar". Hasta ahora no hay ni siquiera certidumbre sobre el número exacto de personas que fallecieron al intentar huir de Alemania oriental. Según los responsables del Museo del Muro en Berlín, el número de muertos asciende a 1.200. La fiscalía de Berlín, en cambio, sólo ha podido demostrar 270 muertes. El 13 de agosto de 1961 el Gobierno de la RDA dio la orden de erigir un muro entre la parte oriental y la occidental de la ciudad, que dividió Alemania hasta su caída en noviembre de 1989. Como todos los años, hoy se celebran diversos actos de conmemoración de las víctimas, que incluyen, por ejemplo, una ofrenda floral del alcalde gobernador, Klaus Wowereit, en la Bernauer Strasse, en su momento uno de los puntos más llamativos de la división, pues eran los propios edificios de esa calle los que hacían las veces de muro. Cuando se empezó a erigir el muro muchos inquilinos de esas casas se arrojaron al vacío para caer en la parte occidental: algunos sobrevivieron, otros murieron.


para La vanguardia 13 de agosto de 2007

domingo, agosto 12, 2007

Ariel Roth




Histórico & Elegante
Estuvo en la legendaria Tequila, banda fundadora del rock en España. Fue parte fundamental de la banda de Andrés Calamaro en los años ’80. Compuso con él algunos de los hits de aquellos años. Y ya en los ’90 fundaron juntos Los Rodríguez. Ahora, con un puñado de discos solistas que destilan clásicos de bajo perfil, Ariel Rot reclama sus merecidos laureles como solista con Dúos, tríos y otras perversiones, un disco con invitados de acá y de allá, en el que recupera todas esas grandes canciones de su carrera que merecen ser escuchadas una vez más.

Por Rodrigo Fresán
1 La última vez que hablé con Ariel Rot no fue en persona sino por teléfono. Ariel vive en Madrid y yo en Barcelona y, por esos misterios del espacio/tiempo, las dos ciudades están mucho más lejos una de otra de lo que nos cuenta la supuesta veracidad de los mapas. Así que yo, desde el móvil de Alfredo Garófano, un amigo en común, le comenté a Ariel que acababa de ver por primera vez el magnífico videoclip de esa todavía más magnífica canción que es “Ahora piden tu cabeza”: suerte de credo ético y estético del oficio, graciosa a la vez que profunda reflexión sobre la fugacidad del afecto de los seguidores, equivalente en el canon rotiano a la “Tower of Song” de Leonard Cohen. Y me acuerdo de que le dije a Ariel que lo que, además de todas las virtudes ya señaladas, me impresionó y me gustó mucho de la canción y del clip –en el momento en que él aparece a bordo de un bote, tocando su guitarra y cantando– fue un movimiento, un movimiento más inteligente que astuto (que no es lo mismo) que hacía él con su cabeza a la hora de rasguear las cuerdas para así subrayar la intención de un determinado verso. Véanlo ustedes a la altura del DVD que aquí se incluye, pero entonces yo no pude ver la cara de Ariel porque –ya lo apunté– todo pasaba a través de un móvil que aún no había crecido lo suficiente pero ya crecerá a mini cámara-monitor y todo eso. Pero sí detecté cierto desconcierto del otro lado de los pulsos y después, enseguida, a un intrigado Ariel Rot: “¿Te parece? ¿Cuál movimiento? ¿En qué parte?”, preguntó. En resumen: Ariel no se había dado cuenta de lo que había hecho o –lo que es mejor– lo había hecho sin darse cuenta. Y, de acuerdo, supongo que lo que acabo de contar no contiene la épica o el desenfreno o la trascendencia histórica que suele exigírseles a las grandes leyendas urbanas o camineras o campesinas del rock. Pero para mí es muy importante porque, me parece, define a la perfección el perfil y frente, los solos y las estrofas, de Ariel: un tipo elegante por encima de todo y de todos. Y se sabe: los auténticos elegantes son aquellos que no son conscientes de su propia elegancia, que no van por ahí preocupados por ser elegantes, que le dedican al asunto el mismo esfuerzo que le dedican al tan simple como complejo imprescindible acto de respirar. Sí: los verdaderos elegantes son los que menos piensan en la elegancia.
Y punto.
2 Y aparte. Pero, de algún modo, seguido. Porque Ariel Rot no deja de seguir, de continuar. Ariel es, además de elegante, también, un tipo histórico: uno de esos contados dueños de la Historia quien, para hacer todavía más evidente su condición de eternauta, parece no envejecer. Las modas pasan y Ariel –nada que ver con un delicated follower of fashion– permanece. Ariel es una de las pocas personas que conozco que son históricas (lo que, según pasan los años, no es tan difícil de ser) y dignas (lo que sí es muy difícil, porque si algo nos regala el tiempo es la oportunidad de meter una y otra vez la pata, de tropezar tantas veces con la misma piedra). Así que digámoslo así: Ariel cada vez canta y toca y compone mejor pero, también, siempre está más o menos igual, intacto, fiel a sí mismo, bien trajeado y listo para salir al ruedo y al escenario. Vivo y en directo, la actitud y la estampa de Ariel siempre ha sido irreprochable. Ya sea en la juvenil velocidad tan madrileña de Tequila (con los Stones como pecadores santos patrones); en el pop-fashionista ’80 de sus primeros tiempos a solas; en el primer encuentro con Andrés Calamaro (pensar en “Cartas sin marcar”, en “Sin saber qué decir” o en esa cima del argen-beat que es “Pasemos a otro tema”); en la euforia entre canalla y caballerosa que fueron Los Rodríguez: inocentes y culpables, ahora actuando en el fantasmal Canal 69, de haber influenciado a buena parte –lo muy noble y lo inapelablemente bastardo– de lo que hoy pasa y suena y sonando pasará en el paisaje ibérico. Así hasta llegar a lo que (y que para mí, ya comienza a oírse en canciones tempranas como “Estoy en la luna” y “Los pactos”, se continúa en la delicadeza de sus partes en “Sin saber qué decir”, “Me estás atrapando otra vez”, “Dulce condena”, “La mirada del adiós”, “Especies que desaparecen” o la magnífica “Buena suerte”), a falta de un mejor nombre, puede entenderse como su madurez. Aquí y ahora, otra vez a solas, pero más que bien acompañado: aquella mirada “desde afuera” de “Milonga del marinero y del capitán” conectando la mítica y mística del rocker curtido en “Hoja de ruta” o con el recuerdo de chicas peligrosas que acabaron siendo tan sólo un peligro para sí mismas en “Vicios caros” o “Muñeca rota” no impidiendo sino alentando, de vuelta a casa, a los ojos vueltos hacia adentro en la perfección entre doméstica y confesional de “Una casa con tres balcones”, la canción de cuna para despertarse que es “Gustos sencillos”, “Yo no sé dónde estaría”, “Los tipos duros no bailan” y la ya varias veces tarareada aquí “Ahora piden tu cabeza”. Canciones todas ellas que giran en los álbumes Hablando solo, Cenizas en el aire, Lo siento, Frank y Ahora piden tu cabeza. Canciones donde no hay juegos de palabras, pero las palabras sí miran jugar. Canciones en las que sigue haciendo calor, pero no tanto como antes, porque lo que aquí importa –lo que demuestra el crecimiento de Ariel Rot como songwriter de ley y orden– es que ahora también hay tiempo para cantarles a esas corrientes de aire frío que se cuelan por grietas y puertas entreabiertas.
Digámoslo así, parafraseándolo a él mismo: con Ariel Rot el tiempo hizo lo suyo, aflojó los tornillos e hizo crecer goteras en la azotea, sí, pero también, sobre todo, le fue, le sigue, le seguirá sacando brillo.
3 Por ahí y desde hace un tiempo anda dando vueltas la idea de que todo escritor del tipo “joven” en realidad siempre quiso ser rock star. No es mi caso, aunque sí siempre me interesaron las personas plugged y unplugged por su siempre implícita potencia de personajes. Y, entre todos ellos, claro, los guitarristas que vienen a ser algo así como el tótem y fetiche de la cuestión y, me temo, a partir de aquí este texto se va a poner aún más descaradamente personal.
Dicho esto, diré que siempre me interesó Ariel Rot. Por cuestiones geográficas me perdí el fenómeno Tequila, pero tengo que decir que Ariel Rot me intrigó desde la primera vez que lo vi y lo escuché, en uno de esos inevitables macroprogramas sabatinos de la televisión argentina. Ariel Rot había vuelto a Buenos Aires –importado o repatriado por el entusiasmo del productor y conductor del show– para presentar Debajo del puente, disco y canción que de inmediato me hizo ponerme alerta, porque esa canción, por suerte, aunque sin enfrentarse a nada ni a nadie, tampoco parecía encajar en absoluto en el territorio siempre riguroso y un tanto paradójicamente castrador de las etnias musicales porteñas. De esa experiencia, de esa visita, si mal no recuerdo, Ariel Rot prefiere no acordarse.
Meses más tarde, conocí a Ariel Rot en persona. No recuerdo el día exacto, pero sí la noche precisa, en un piso con vistas al Cementerio de la Recoleta. Eran los tiempos en que Ariel Rot giraba con Andrés Calamaro las canciones de, para mí, dos títulos legendarios: Por mirarte y Nadie sale vivo de aquí. Eran momentos difíciles, las redondas canciones pop, los rocks angulosos no eran lo que se usaba por aquel entonces y sólo diré aquí que acompañé a esa banda a lo largo y ancho de varios bares y fondas de mala muerte y de buena vida donde, en escena, cualquier cosa podía suceder e, invariablemente, todo sucedía. No entraré en detalles porque la discreción me lo reclama e impide, pero sí diré que, en el epicentro del terremoto y en el ojo morado del huracán y en la carcajada de la situación más lamentable, Ariel se las arreglaba para conservar siempre ese aire de dandy recién aterrizado a la vez que esa dureza de marine fogueado en los más difíciles desembarcos. Desde allí y hasta aquí, jamás he oído a nadie hablar mal, ni nadie me ha hablado mal de Ariel. Todo lo contrario. Supongo que significa algo, estoy seguro de que importa mucho, me consta que es algo que no sucede seguido, casi nunca.
Y entonces y ahora, en las malas y en las buenas, Ariel –en la estrechez de un camerino, en la penumbra de un autocar, en la demasiado poblada mesa de un restaurante donde siempre se puede hacer un aparte o en la privacidad de un living con varias horas por delante– siempre me sorprendió como uno de esos contados músicos que jamás se ponía a monologar sobre la certificada leyenda propia, prefiriendo conversar acerca de todo lo demás que le interesaba: de cine, de libros, de arte y no exclusivamente sobre lo que se usa o lo que está en boca y oído de todos. Y, claro, especialmente sobre música. Pocas veces me he reído más y nunca he comprendido mejor los brillos y miserias del panorama rocker de aquí, de allá y de todas partes, que al ser desmenuzados por Ariel con los mismos modales con que toca la guitarra. Una guitarra que, si las guitarras cantaran, tendría la voz de Frank Sinatra. Una guitarra más de oxígeno que de aire y que más de uno habrá intentado imitar, en vano, frente al espejo de lo inimitable: ese implacable buen gusto pero pulso firme y clínico, esa púa funcionando como un bisturí al que no le hace falta ningún tipo de anestesia, esas notas justas que siempre sacan la mejor nota. La guitarra que es la mejor de la clase y en su clase dándole a cada uno lo que le toca y a cada canción lo que le corresponde. Aquello que es lo que distingue todos los tracks incluidos en este Etiqueta negra: la posibilidad que sólo te brinda el talento de poder dedicarse a cada una de las canciones como si se tratara de todo un long-play, empezando y terminando en sí mismo. Una dialéctica enciclopédica que le permite a esta guitarra saber tan reflexiva como instintivamente lo que necesitan todas ellas.
Y dárselo.
Eso que nos ha venido dando Ariel Rot desde hace tres décadas (volviendo a lo de antes y para ir cerrando: nunca quise ser rock-star, pero me molestaría mucho no ser amigo y público del histórico y elegante Ariel Rot) y que aquí se resume, pero no se consume. Porque –insertar aquí ese movimiento de cabeza, ese movimiento de esa cabeza que siempre piden, pero que jamás se entrega o se rinde– aunque ya es tarde y amanece, esta fiesta nunca se desvanece.
Dúos, tríos y otras perversiones es la edición local de uno de los cuatro discos que incluye la caja de rarezas, extras y DVD que salió en España con el nombre de Etiqueta negra, y que acá sólo se consigue a través de disquerías especializadas que la importen. Los textos de Andrés Calamaro, Rodrigo Fresán y David Bonilla forman parte del excelente dossier incluido en esa caja. Las fotos de Alfredo Garófano fueron especialmente realizadas para esta nota.


Para Página 12 Domingo 12 de agosto de 2007




viernes, agosto 10, 2007

Aquí se sentó Mafalda


Muy pronto, "la casa de Mafalda" tendrá una placa que la recuerde. Se trata de una edificación ubicada en Chile 371, en el barrio de San Telmo, que sirvió de inspiración a Quino al momento de dibujar el lugar donde vivía su personaje más famoso.
Pablo Mancini, uno de los dos bloggers que iniciaron hace casi dos años el proyecto de colocar allí una identificación, informa hoy en su página web que la Legislatura de la Ciudad le informó que ya se están barajando fechas para el acto.
La iniciativa surgió en 2005. Ese año, los alumnos de la Maestría en Periodismo de Clarín realizaron una publicación, en la que dieron cuenta de la existencia de esa casa, donde no había (ni hay aún) ninguna identificación relacionada con uno de los personajes de ficción más emblemáticos de nuestro país.
Mancini y Darío Gallo -dos bloggers que conocieron el dato a través de la revista, llamada "Aires del Sur"- crearon una bitácora, titulada "La casa de Mafalda", con el fin de juntar firmas para que el gobierno porteño coloque una placa allí. El proyecto fue impulsado por el legislador socialista Norberto Laporta y se convirtió en ley en diciembre del año pasado.
La placa incluirá la frase "Aquí se sentó Mafalda". El texto de la resolución que aprobó la ley señala que, con una identificación, el lugar constituirá "un hito turístico y cultural dentro de la ciudad" y "un punto inevitable de todos los turistas que visiten el barrio de San Telmo".