ikea badalona..... presente!
domingo, octubre 26, 2008
domingo, octubre 19, 2008
"Amo a espanya"
Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, sí, y durante un tiempo es nuestro único mundo. En él desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos vínculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos hábitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos cómodos, y bastaría con que nos viéramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos españoles a lo largo de la historia- para que echáramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos hábitos. La mayoría de la gente vive donde vive porque se encontró allí al nacer y se incorporó a lo que ya estaba en marcha. Se instaló naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesión. Pero todo es principalmente una cuestión de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello.
Esto es normal y comprensible, y lo es también la probable simpatía hacia un lugar que uno conoce bien y que, a diferencia de la mayoría, no equivale a un mero nombre o a una visita de pocos días. Conoce a sus habitantes o a una parte de ellos, y si el equipo de fútbol de la ciudad gana un partido, se alegra porque piensa que esos habitantes estarán contentos. Uno tiende a compartir las alegrías y penas de quienes le son cercanos. Pero también en la cercanía suele estar lo que uno más detesta, lo que le hace sufrir y la vida imposible. No hay odio mayor que el que tiene destinatario concreto, visible. Como sabemos allí donde se han padecido guerras civiles, es infinitamente más fiero y genuino el odio que se profesa a un individuo al que se ve a diario que el que se nos inculca hacia "los franceses" o "los americanos". Éstos son postizos, abstractos, impostados. Lo mismo sucede con esa clase de amores, y por eso quienes declaran "amar España" no dirían nunca que "aman a los españoles", que sería más propio. Es más, jamás he oído a un español decir semejante cosa, ni a un catalán otro tanto de los catalanes, ni a un vasco de los vascos, porque a la vuelta de la esquina se encontrarían con un ejemplo de lo contrario: "Qué mal me cae ese tipo", "A esa tía es que no la puedo ni ver".
También me resulta difícil enorgullecerme de mi tierra porque alguno de mis paisanos descuelle en algo. Si Nadal, Alonso o cualquier deportista español gana un trofeo, no logro sentir que eso me haga mejor en ningún aspecto: no he tenido en ello arte ni parte, y me parecería ridículo -además de demente- exclamar "Somos los mejores en tenis o en automovilismo" cuando jamás he sostenido una raqueta ni un volante. Y aunque sí lo hubiera hecho, no vería qué relación tenía eso con la habilidad o la pericia de unos jóvenes que no me han sido presentados. Si un cineasta español gana un Oscar, o un escritor el Nobel, no me puedo sentir en modo alguno partícipe de su reconocimiento particular, ni siquiera con el de mi gremio, y nada me resulta más patético que los periodistas que dicen "Éste es un triunfo para España", o los galardonados que sueltan "En mí se ha querido distinguir a toda la literatura española". ¿Cómo se me iba a distinguir a mí, por ejemplo, cuando se premió a Cela en Estocolmo, si considero su literatura rancia y de fogueo y estábamos en las antípodas?
Sólo comprendo el patriotismo, extrañamente, por la vía negativa, es decir, hay personas y cosas con las que nada tengo que ver y que sin embargo, por ser de mi país, me avergüenzan y logran contaminarme. Los méritos de otros no me contagian ni me ennoblecen, y en cambio las ignominias sí me alcanzan. Hay individuos y hechos con los que por nada del mundo querría que se me asociara. Me avergüenza que mi región la gobierne alguien tan bruto como Esperanza Aguirre, que se gasta millón y medio de euros nuestros en una fiesta cutre suya y destruye el sistema sanitario. Me avergüenza que tengan poder decisorio Ibarretxe y Carod-Rovira, en el País Vasco y Cataluña, respectivamente. Que haya en Valencia un sujeto y Presidente llamado Camps que obliga -imbecilidad suprema- a que en sus escuelas se imparta una clase en supuesto inglés, con traductor a esa lengua incluido, para que ningún chaval entienda nada. Que a Zapatero le entre el pánico cada vez que ve a un obispo y para calmarse lo forre a billetes a cargo del contribuyente. Que nuestro poder judicial conozca sólo el chalaneo. O que las calles de mi país estén llenas de vociferantes unga-ungas que sirven de pretexto para la "protección de los grandes simios" decretada por nuestros congresistas. Me pregunto cómo se llamará esta afección: la incapacidad de enorgullecerse junto a la capacidad de avergonzarse por lo ajeno vecino. No es que me consuele, pero estoy segurísimo de no ser el único español que lo padece.
Javier Marías Para El País
19 de octubre de 2008.
Esto es normal y comprensible, y lo es también la probable simpatía hacia un lugar que uno conoce bien y que, a diferencia de la mayoría, no equivale a un mero nombre o a una visita de pocos días. Conoce a sus habitantes o a una parte de ellos, y si el equipo de fútbol de la ciudad gana un partido, se alegra porque piensa que esos habitantes estarán contentos. Uno tiende a compartir las alegrías y penas de quienes le son cercanos. Pero también en la cercanía suele estar lo que uno más detesta, lo que le hace sufrir y la vida imposible. No hay odio mayor que el que tiene destinatario concreto, visible. Como sabemos allí donde se han padecido guerras civiles, es infinitamente más fiero y genuino el odio que se profesa a un individuo al que se ve a diario que el que se nos inculca hacia "los franceses" o "los americanos". Éstos son postizos, abstractos, impostados. Lo mismo sucede con esa clase de amores, y por eso quienes declaran "amar España" no dirían nunca que "aman a los españoles", que sería más propio. Es más, jamás he oído a un español decir semejante cosa, ni a un catalán otro tanto de los catalanes, ni a un vasco de los vascos, porque a la vuelta de la esquina se encontrarían con un ejemplo de lo contrario: "Qué mal me cae ese tipo", "A esa tía es que no la puedo ni ver".
También me resulta difícil enorgullecerme de mi tierra porque alguno de mis paisanos descuelle en algo. Si Nadal, Alonso o cualquier deportista español gana un trofeo, no logro sentir que eso me haga mejor en ningún aspecto: no he tenido en ello arte ni parte, y me parecería ridículo -además de demente- exclamar "Somos los mejores en tenis o en automovilismo" cuando jamás he sostenido una raqueta ni un volante. Y aunque sí lo hubiera hecho, no vería qué relación tenía eso con la habilidad o la pericia de unos jóvenes que no me han sido presentados. Si un cineasta español gana un Oscar, o un escritor el Nobel, no me puedo sentir en modo alguno partícipe de su reconocimiento particular, ni siquiera con el de mi gremio, y nada me resulta más patético que los periodistas que dicen "Éste es un triunfo para España", o los galardonados que sueltan "En mí se ha querido distinguir a toda la literatura española". ¿Cómo se me iba a distinguir a mí, por ejemplo, cuando se premió a Cela en Estocolmo, si considero su literatura rancia y de fogueo y estábamos en las antípodas?
Sólo comprendo el patriotismo, extrañamente, por la vía negativa, es decir, hay personas y cosas con las que nada tengo que ver y que sin embargo, por ser de mi país, me avergüenzan y logran contaminarme. Los méritos de otros no me contagian ni me ennoblecen, y en cambio las ignominias sí me alcanzan. Hay individuos y hechos con los que por nada del mundo querría que se me asociara. Me avergüenza que mi región la gobierne alguien tan bruto como Esperanza Aguirre, que se gasta millón y medio de euros nuestros en una fiesta cutre suya y destruye el sistema sanitario. Me avergüenza que tengan poder decisorio Ibarretxe y Carod-Rovira, en el País Vasco y Cataluña, respectivamente. Que haya en Valencia un sujeto y Presidente llamado Camps que obliga -imbecilidad suprema- a que en sus escuelas se imparta una clase en supuesto inglés, con traductor a esa lengua incluido, para que ningún chaval entienda nada. Que a Zapatero le entre el pánico cada vez que ve a un obispo y para calmarse lo forre a billetes a cargo del contribuyente. Que nuestro poder judicial conozca sólo el chalaneo. O que las calles de mi país estén llenas de vociferantes unga-ungas que sirven de pretexto para la "protección de los grandes simios" decretada por nuestros congresistas. Me pregunto cómo se llamará esta afección: la incapacidad de enorgullecerse junto a la capacidad de avergonzarse por lo ajeno vecino. No es que me consuele, pero estoy segurísimo de no ser el único español que lo padece.
Javier Marías Para El País
19 de octubre de 2008.
viernes, octubre 10, 2008
Los ramones y los fans argentinos
Los acosan a toda hora y en todo lugar. Pretenden huir del hotel por otra salida, pero es imposible. Los fans, que saben que es la última gira antes de la separación y tal vez no haya otra oportunidad para saludarlos, se arrojan en masa sobre la camioneta. Algunos tocan las ventanas. Otros, directamente, las golpean con los puños. Adentro, todos se ponen paranoicos. CJ siente adrenalina: para él, todo se convirtió en una aventura. Johnny piensa en voz alta lo oportuno que sería tener a mano un gas paralizante. Una chica le dice a Joey que lo ama y le pide un beso. El flaco duda y Marky le grita: “¡No abras la ventana!”. El micro se abre paso entre la multitud a pura velocidad y los músicos temen pisar a alguien. Muchos los siguen en taxi, otros en bicicleta y hasta algunos se animan a correr, pese a que llueve y el piso está resbaladizo. La escena se repite por cuadras y cuadras. “¡Por Dios, es imposible perderlos de vista!”, brama Johnny, como si nunca hubiese venido a la Argentina.
Es la postal común en la mayoría de los 26 shows que Ramones hizo en nuestro país. Esa beatlemanización que el público local sentía por los cuatro de Queens no tenía correlato en ningún otro rincón del planeta. Basta con chequear las tibias reacciones de los fanáticos del mundo en Raw, el DVD que el propio Marky editó con las imágenes de gira que registraba en handycam.
–En el DVD se los ve realmente asustados por el acoso de los fans argentinos. ¿Llegaste a temer por tu vida?
–Amo a los fans argentinos y nunca sentí miedo por ellos. Yo vivo cerca del World Trade Center de Nueva York y vi cómo se desplomaban las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Te juro que he visto con mis prismáticos gente tratando de volar. Estaban quemados, o directamente muertos. Olí carne humana, tela y metal quemado durante las dos semanas siguientes. Tuve que deshacerme de mi auto porque se llenó de hollín. A partir de eso, creo firmemente que debemos eliminar el miedo de nuestras vidas.
Página 12
9 de octubre de 2008.
Buenos Aires.
Es la postal común en la mayoría de los 26 shows que Ramones hizo en nuestro país. Esa beatlemanización que el público local sentía por los cuatro de Queens no tenía correlato en ningún otro rincón del planeta. Basta con chequear las tibias reacciones de los fanáticos del mundo en Raw, el DVD que el propio Marky editó con las imágenes de gira que registraba en handycam.
–En el DVD se los ve realmente asustados por el acoso de los fans argentinos. ¿Llegaste a temer por tu vida?
–Amo a los fans argentinos y nunca sentí miedo por ellos. Yo vivo cerca del World Trade Center de Nueva York y vi cómo se desplomaban las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Te juro que he visto con mis prismáticos gente tratando de volar. Estaban quemados, o directamente muertos. Olí carne humana, tela y metal quemado durante las dos semanas siguientes. Tuve que deshacerme de mi auto porque se llenó de hollín. A partir de eso, creo firmemente que debemos eliminar el miedo de nuestras vidas.
Página 12
9 de octubre de 2008.
Buenos Aires.
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