sábado, septiembre 29, 2007

Ramones

El 16 de marzo de 1996 no fue un día común para muchos pibes que en la Argentina le entregaron un pedazo de su corazón punk a los Ramones. Porque aquella noche del Monumental, junto a Die Toten Hosen e Iggy Pop (más los locales Superuva, Attaque 77 y 2 Minutos), el cuarteto neoyorquino se despidió para siempre de sus fans criollos, en un extraño y furibundo show de hora y media que aún se comenta por las calles de Núñez. Y ese ritual adrenalínico y colectivo significó el fin de un romance. Al menos físico. Los Ramones le decían adiós a su público más fiel y más de 45 mil fanáticos volvían en silencio a casa para tratar de hallar guiños en las canciones y una forma de seguir sin ellos.
Casi desairados en el resto del mundo, habían encontrado en nuestro país un amor incondicional y desmesurado que los llevó a regresar en seis oportunidades desde su debut en 1987 en el Estadio Obras. Hoy, once años después de ese ya lejano y gigantesco “no va más”, el baterista Marky Ramone vuelve a la Argentina para homenajear a su banda junto a músicos de Expulsados, Los Violadores, Bulldog y El Otro Yo. ¿Cuál es el plan? “Tocar temas de los Ramones, divertirse y poder disfrutar de una música que fue única e irrepetible”, explica Marky del otro lado de la línea.
Ingresado al grupo en 1978 luego de la partida de Tommy Ramone, este señor de 51 años que se esconde bajo el terrenal nombre de Marc Bell participó en ocho de los catorce discos oficiales que editaron los neoyorquinos, y fue el responsable de la producción de End of the Century, quizá la mejor radiografía de su banda y lo que significó la movida punk en Estados Unidos en la década del ‘70. “Cuando me vinieron a ver para hacer el documental no estaba muy seguro, porque quienes llevaban el proyecto adelante tenían su propia idea de los Ramones. A ellos les interesaba mostrar más que nada las peleas y el costado oscuro, algo que se puede observar claramente en la película. Yo hubiera preferido quedarme con la parte más divertida.”
–Cuando comenzaron en el CBGB compartían escenario con Television, Talking Heads, Blondie y otros artistas. ¿Quiénes eran los más talentosos?
–The Ramones. Eramos los mejores. Teníamos un sonido propio, canciones originales y el mejor look de todos los músicos que entraban al CBGB. ¿Si éramos buenos? Realmente no podría afirmar eso, pero sí te puedo decir que fuimos únicos y diferentes a todos. Había cientos de buenos músicos todavía, pero los Ramones inventamos un estilo que perdura hasta hoy.
–¿Por qué en todos estos años no ha salido otra banda de las mismas características que The Ramones?
–Porque fue algo único y porque solamente existieron cuatro individuos con la misma química para tocar ese tipo de música. Y eso no se volverá a repetir. Pero fue muy duro llegar a ser The Ramones, como fue duro el hecho de que toda esa presión estuviera centrada sobre cuatro tipos. Estuvimos en el lugar indicado en el momento indicado y éramos quienes éramos, además de sentirnos influenciados por un montón de música. Creo que... simplemente sucedió.
–Estuvieron varias veces en la Argentina y siempre fueron acosados por el público: los esperaban en el hotel, los perseguían por la calle y llenaban todos los shows. ¿Te sorprendió tanta efusividad la primera vez que viniste?
–Definitivamente. Y las imágenes que se ven en End of the Century son las mías filmando desde dentro de la camioneta que nos transportaba. Recuerdo que cada vez que veníamos era una locura total. Había chicos esperando en la puerta del hotel, e incluso corrían varias cuadras a la par nuestra tratando de subir a los autos. Para nosotros fue algo sorprendente y realmente nos hacía muy felices. Era una de las razones por las que queríamos volver.
–Johnny y Joey mantenían una relación tensa y estrictamente profesional. ¿Cómo te parabas vos ante esa situación?
–Yo estaba siempre en el medio tratando de mantener la paz, pero Johnny le robó la novia a Joey y... así empezó la cosa. Joey intentó olvidarlo, pero todo lo que no contaba, se lo guardaba. Y vivió muchos años con el dolor interno de enfrentar y aceptar lo que había pasado. Pero nunca lo olvidó. La canción The KKK Took my Baby Away cuenta toda la historia de cómo Johnny se quedó con la novia de Joey. Si bien no aparece su nombre en el tema, él fue el verdadero vehículo de la canción.
–¿Joey era un tipo solitario?
–Bueno, en realidad Joey era un tipo muy reservado, no hablaba mucho de su vida privada y, además, era una persona muy tímida. Dee Dee era el que más hablaba, casi por todos nosotros, hasta que se volvió loco, pero un loco agradable, inofensivo. Y Johnny... bueno, era la persona que se encargaba de que todo funcionara, de que estuviéramos unidos y de que el proyecto nunca dejase de ser serio. Era una buen persona, pero muy confrontador.
–¿Todo se olvidaba arriba del escenario?
–Nunca dejamos que ningún problema interfiriera en lo que hacíamos sobre el escenario, porque sabíamos que los fans habían pagado para ver el show y nosotros teníamos el deber de entregarles lo mejor. Porque eso es lo más importante. Si alguien paga para verte, tenés que tocar.
–¿Qué se siente ser el último miembro original de la “familia Ramones”?
–Bueno, no nos olvidemos de Tommy. El hizo una carrera, pero no se dedicó al punk, ni volvió a tocar temas de los Ramones, sino que se orientó a la música bluegrass y ahora toca el banjo y no quiere representar más las canciones de los Ramones. Yo sí. ¿Qué es lo que creo? Que las canciones nuestras son tan buenas que se pueden seguir tocando y que tengo la obligación de, mientras viva, continuar con el legado. Por eso voy a estar en Buenos Aires.
–¿Qué relación tenían con los Sex Pistols?
–Tuvimos poca relación, ya que ellos sacaron un solo disco y duraron un año y medio, algo que mucha gente olvida. En cambio nosotros duramos veintidós años, así que nunca pudimos considerarlos rivales. Además, no éramos enemigos, al contrario. La única diferencia es que los Ramones fuimos cien veces mejores que los Sex Pistols. Hicieron un buen álbum, se convirtieron en la sensación de Inglaterra, y se acabaron.
–¿Pensás que el final de Sid Vicious estaba escrito?
–Sí, no hay dudas. Cuando él se mudó a Nueva York con Nancy, nos hicimos buenos amigos y salíamos bastante a ver bandas en el CBGB. Era un tipo divertido cuando estaba borracho, pero no podía parar su adicción. Sid continuaba bebiendo y drogándose mucho, lo que considero una pelotudez de su parte. Yo no estaba metido en esa historia y no me parecía bien que se arruinaran la vida de esa manera. Pero él, Dee Dee, Richard Hell y otros se inyectaban demasiada heroína. Creo que si no hubiera sido por eso hoy Sid estaría vivo cantando temas de Jerry Nolan y Johnny Thunders.
–¿Qué significó la Argentina para los Ramones?
–Me parece que uno debería estar agradecido de que existan países tan agradables y maravillosos como la Argentina. No había ninguna razón extraña, simplemente nos gustaba. Por eso siempre decidimos volver, volver y volver. Tanto para Joey, Johnny, Dee Dee, CJ y para mí, Argentina fue nuestro segundo hogar. Y lo va a seguir siendo.
* Marky Ramone toca el viernes 5 de octubre en El Teatro de Flores, Rivadavia 7806. A las 19.

sábado, septiembre 22, 2007

Send

HIGHLAND PARK, N.J.
Durante una de las últimas alarmas por los atentados de Al-Qaeda en Madrid, el editor en jefe de la agencia de noticias EFE intentó comunicarse con sus redactores por correo electrónico. No pudo. Tenía más de siete mil mensajes basura acumulados en el inbox o bandeja de entrada y, aunque los borraba a toda velocidad, se reproducían a una velocidad aún mayor. La mitad de los mensajes inútiles provenía de un joven empleado de la agencia. Informaba a sus amigos que estaría de viaje hasta fin de mes y que no leería su correspondencia. La otra mitad tenía su origen en un aviso similar de vacaciones enviado por el asesor de una fundación. El editor estaba en la libreta de direcciones de los dos y el mensaje, transformado en un eco sin freno, se multiplicó en los buzones sin que nadie pudiera detenerlo.
El inconveniente tardó días en conjurarse, y tanto el redactor como el funcionario, insultados por teléfono en sus retiros de verano, tuvieron que correr al cibercafé más cercano para cancelar el mensaje. El correo electrónico tiene apenas veinte años de vida, pero es ya una herramienta de diálogo y de negocios tan indispensable que es difícil imaginar la vida sin él. Permite buscar trabajo, inscribirse en las escuelas, recibir cartas de rechazo, comprar pasajes, organizar conferencias, aconsejar sobre tratamientos médicos, corregir exámenes, pedir préstamos, ofrecer disculpas, saber qué hacen los amigos en otras orillas del mundo.
También es una fuente inagotable de malentendidos, amores clandestinos y dolores de cabeza. Desde el principio, además, ha sido terreno propicio para la delincuencia. No hay habitante del espacio virtual que no haya recibido siquiera una vez, por más filtros y alertas que ponga en su sistema, ofertas de programas piratas, películas que no han sido estrenadas, recitales de música que se oyeron sólo una vez, por no mencionar los accesos a sitios de pornografía y a fiestas eróticas con trillizas.
Cualquier demostración de interés en esos comercios o en medicinas para el problema que sea –la depresión, el exceso de peso, la apatía sexual– puede caer aplastado por un diluvio de anuncios de la misma índole. Un sitio está ligado a otro, y éste a diez más, o a cien. El mundo virtual nunca duerme. Cuando es noche cerrada en Australia o Indonesia amanece en Chile y en California. Los e-mails son más vulnerables y accesibles que los viejos mensajes postales. Un hacker curioso puede abrir la correspondencia mejor guardada y exponer a la luz todos los secretos. Al menos una vez a la semana recibo mensajes enviados desde mi propio correo en los que me recuerdo a mí mismo amores ardientes que no he tenido, gano premios que no he ganado, me abrazo con amigos a los que no conozco, en lugares a los que nunca he ido. Un hacker podría seguir el hilo de esas cartas y, remontándose a la primera de todas, descubrir quiénes son el yo que, sin ser yo, me las hace llegar.
La mayoría de estos enigmas están aclarados en Send (Enviar), un manual de 250 páginas publicado a comienzos de septiembre en Nueva York. El comedido subtítulo lo presenta como “guía esencial para los e-mails en la oficina y la casa”. Y en verdad lo es. Abunda en lecciones de gramática, en datos históricos, en reflexiones sobre la conducta humana y en consejos para evitar errores fatales. A primera vista podría confundirse con un libro de autoayuda, pero va mucho más allá. Es una piedra de Rosetta en la que pueden leerse las drásticas y rápidas mudanzas que están sufriendo los signos en esta primera década del siglo XXI. Sus autores son David Shipley, editor de la página de Opinión de The New York Times, y Will Schwalbe, vicepresidente de la editorial Hyperion. Desde el arranque mismo de Send se enumeran los errores letales en que incurren los que envían e-mails sin pensarlo dos veces, al correr de las teclas. Ese es el riesgo. Una vez que se pulsa la orden de enviar ya no hay regreso. No se puede quemar el buzón ni suplicarle al cartero que no entregue el sobre. Los mensajes virtuales son como la muerte, el clic de Pandora, según los llama la periodista Janet Malcolm. Dante podría haber trazado un mapa nuevo del infierno con los pecados que se cometen por e-mail. Shipley-Schwalbe llevan al primer círculo los mensajes de jefes abusivos que les cobran a sus secretarias las cuentas de tintorería porque les mancharon los pantalones con ketchup o café, y al segundo las cartas imprudentes de empleados que preguntan a sus contactos permanentes de correo por el teléfono de una tal Rosa de Nor’wester Corp., con lo que desatan una cascada de preguntas y de mensajes telefónicos insolentes en la casa de Rosa. Y así. En el quinto círculo aparecen los esposos infieles, a los que sus mujeres descubren por una foto delatora que les llega por e-mail, o por un intercambio de mensajes fogosos con tal o cual compañera de trabajo. Hay cientos de matrimonios disueltos por un clic de Pandora apretado con imprudencia. Más en lo hondo del infierno están los espionajes legales de los servicios de inteligencia a los correos privados de los ciudadanos, y la revelación electrónica de un soborno político o de una fuente informativa. Al-Qaeda y Osama ben Laden también son protagonistas de la historia. El origen de sus dineros y dos o tres de sus conspiraciones fueron rastreadas y abortadas gracias al espionaje de sus e-mails. Send está lleno de curiosidades para los usuarios. Informa, por ejemplo, que el primer e-mail de la historia fue enviado por el Pentágono desde la Universidad de Los Angeles a la de Stanford. Decía solamente “Lo”. Esas dos primeras letras de Login (conectar) fueron las únicas en llegar a destino antes de que la computadora se atascara. Otro dato curioso, revelado en 2005 por dos investigadores del MIT, señala que, mientras que el 90 por ciento de los mensajes llegan en cinco minutos, el resto queda varado durante meses en el espacio virtual de ninguna parte. El universal signo @, que separa el nombre del usuario del sitio de Internet donde está ubicado su correo, se designa de manera diferente en casi todos los idiomas. En español es arroba, por la vieja unidad de medida y de masa; en inglés es at, la preposición que indica un lugar; en hebreo es shablul, que significa caracol; también se llama caracol en italiano, chiocciola; kukac o gusano en húngaro; y Xian Lao Shu o ratoncito en el mandarín de Taiwan. El jueves 13 de septiembre, cuando mi vecino Murray Steinberg celebraba el Año Nuevo judío, le llevé de regalo un ejemplar de Send. La familia de Murray es numerosa: cuatro hijos, dos nueras, tres nietos. Me sorprendió verlo comiendo solo en la penumbra del comedor. Le advertí que estaba de paso por sólo unos minutos y le entregué el libro. Casi me lo tiró por la cabeza. Me contó que había estado llevando un diario en el que escribía todo lo que pensaba. Ese día, aprendiendo el lenguaje de los e-mails, copió fragmentos del diario para mandárselos a sí mismo, con la idea de que si los ocultaba con una contraseña estarían más seguros. Oprimió la tecla equivocada y se los envió a toda la familia. Fue un error tonto y fatal. Al abrir sin querer la caja de Pandora, todos los males de su vida secreta le cayeron encima.
Por Tomás Eloy Martínez
Para LA NACION